domingo, 22 de febrero de 2009

Entre los arboles?

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“Eres la bruja del mal más linda y tierna del espejo hablador, y debes saber que a tu conjuro respondo con una flor”
- Entre los Árboles, Mar de Copas*





A los amigos de mis terapias en inglés: a Katherine, la miss Úrsula y, sobre todo, a Melissa.
A los amigos de mis terapias en español: a Paola, a Pichón (perdón, Jonathan), a Juan y a David.





Claro que había recorrido el mismo camino tantas veces, aunque confesaba para sí mismo que el año pasado había dejado de hacerlo con esa frecuencia que en otra época podía tomarse como religiosidad, un respeto como hacia algo divino con cada paso que marcaba, y sin embargo sabía que nunca como el primer año; el mismo camino, los mismos árboles, ese gras, quizá ya no se instalaba aquella feria en donde ella le compró su sombrero de Indiana Jones, pero se podía decir que el lugar era el mismo, pero no para él; levantó el rostro para respirar (como si viviera sin hacerlo), para sentir las hojas cayendo, pero cayendo verdes, llenas de vida, y se detuvo a recordarlo bien y se dijo que no, que no caían, ese día las hojas volaban, y reconoció el árbol en seguida sintiendo que sus ojos se humedecían, “Debo haber bostezado –se repitió porque consideraba improbable el llorar después de tantos años-. Perdóname –le dijo al árbol torcido-, no he tenido tiempo de visitarte”. Se detuvo a pensar en eso último: “¿No he tenido tiempo?” Y se dio cuenta que estaba ocurriendo, no, no el sollozo, sino algo peor: perdía el tiempo estudiando, y ahora se sumaba el trabajo como profesorcito en su ex escuela, y recordó también su tiempo de escolar, todas esas tardes descansando bajo la sombra de aquel árbol, en ese parque, pero la reunión estaba incompleta, faltaba ella, y se disculpó ante el árbol también por su ausencia: “A ella no le interesa venir si es que no es como esa mañana, perdónala, sabes bien cómo es de caprichosa, y sabemos, tú y yo, que nosotros no hemos sido los mismos; yo he perdido ese algo que tanto le gustaba y simplemente tú ya no eres ese lugar, hemos cambiado”. Dentro de unos días se cumplirían nueve años, nueve años recorriendo los mismos lugares sin poder reconocer los de la primera vez, los del primer paseo en aquella dimensión paralela, ¿cómo volver?, y otro acertijo bajo el atardecer: y si volviera, ¿qué título le pondría? Y escuchaba en su mente aquellas canciones. ¿Entre los árboles? –se preguntó al recordar la canción que ella le había dedicado-. Dio un sorbo a su botella de agua y miró su reloj de bolsillo sonriendo orgulloso al preguntarse a sí mismo cuántos peruanos además de él tendrían relojes de bolsillo; faltaban algunos minutos más, ella no tardaba en aparecer, entre los árboles… entre los árboles, quizá sería el título adecuado. Esta vez venía preparado, sabía bien que, a pesar de lo acordado, no habría sexo, no habría beso, pero habría magia entre los árboles, porque ya estaba seguro: el título sería ese, y ya no tendría que romperse la cabeza pensando en el fondo musical, bebió otro sorbo y arrojó la botella en el tacho de reciclaje mientras se regañaba al pensar que odiaría tomar agua de una botella reciclada, pensó en remangarse la camisa e introducir su brazo a recuperar su botella para terminar arrojándola a un tacho común, pero no, ella no tardaría en llegar. Ya habían venido haciéndolo desde hace unas semanas; ella salía del trabajo directo para allá, él terminaba de dictar sus clases en aquel colegio que tanto odió de niño y no esperaba más para salir a esperarla. “Quizá esta vez funcione porque hoy hay luna llena, quizá hoy debamos volver a recorrer este camino, como aquella vez, y quizá la dimensión paralela resulte abriéndose, como aquella vez, hace nueve años”. Y estaba seguro de que esa noche era la indicada para volver a descansar sobre ese gras, bajo esos árboles, como antes, cuando no pensaban en trabajar, ni en estudiar, cuando aún tenían tiem-po; y se asustó al llegar a la conclusión que la inmensa mayoría emplea casi todo su tiempo en trabajar para vivir, y la poca libertad que les queda les asusta tanto que hacen cuanto pueden por perderla. Hoy es el día, o la noche; no habrá sexo, no habrá beso de amor eterno, pero es el día. Volvió a mirar su reloj, ella tardaba, pero sabía que llegaría, Ella siempre llega, y aprovechó para darse el último visto: zapatos lustrados, la camisa sin arrugas, y un pensamiento frío cruzó su mente; abrió su mochila, el bolsillo más pequeño, y sacó su pequeño sombrero casi acariciándolo, como si fuera una prenda valiosa, colocándolo con delicadeza en la cadena que colgaba de su cintura, y la vio llegar, el título había sido el adecuado.

¿Por qué tiene que ser tan difícil? –Se preguntó en su mente mientras interrumpía su “Hola”, creía que así no tendría que decir “Adiós”- Ya sabía cómo empezaría, el único misterio sería el final, porque a veces ella decidía que las flores tienen que ser púrpuras o a veces blancas, ¿cómo saber? Ella se quejaría de sus pies, andar con tacos todo el día era un arte ya perdido hace mucho. Ella había pedido rosas, bombones y su respectiva carta de amor eterno; él creía tener algo mejor. Sacó de su mochila un par de medias y unas zapatillas, cogió uno de sus pies retirando los zapatos de oficina y colocando la primera media, lo mismo hizo con el segundo hasta terminar atando las agujetas. “Te sentirás más cómoda así, Cenicienta”, cogió los zapatos de tacón y empezó a caminar. Recordó aquella noche, hace tanto tiempo ya, en donde pelearon y resultaron retirándose por caminos opuestos, él había llegado ya a su paradero cuando ella apareció diciendo que había perdido su billetera, quizá en el restaurante donde almorzaron, y salieron corriendo en busca de la billetera perdida; todo había sido un truco esa vez, ella tenía la billetera en su bolsillo, y en el fondo él lo sabía, pero se dejaba llevar por esa mano cálida, y habían sido esas mismas zapatillas las que dirigieron sus pasos aquella noche, por eso le pareció tan buena idea lo del cambio de calzado. Ninguno de los dos hablaba, sólo seguían el camino. ¿A dónde nos guiarán mis zapatillas? –Se preguntó él, cuando vio con asombro que ella se dirigía a aquel árbol de antaño-. ¿Estás segura que quieres volver? Ella afirmó con la cabeza mientras señalaba el cielo, las nubes se movían rápidamente, extrañas; el viento soplaba como aquella vez, y sin embargo no hacía frío, la temperatura, todo igual, ninguno dijo nada pero ambos reconocieron el lugar. Metió su mano al bolsillo y la sacó convertida en puño. ¿Qué tienes ahí? –Preguntó ella-, él dijo que no tenía nada, ella no le creyó, empezaron a forcejear, a reír, ella aprovechó el forcejeo para forzar un abrazo, él se distrajo, ella casi habría su puño, utilizó sus piernas, cayeron sobre el gras, por supuesto él se aseguró de caer abajo para que ella no se lastimara, rieron, el árbol los cobijaba. “Hoy no habrá sexo, tampoco beso de amor, pero hoy es la noche”, volvió a pensarlo. ¿Compraste condones? –Preguntó ella-, él sonrió sabiendo que esa noche no habría sexo, ni beso…

En la mañana habían estado jugando “Verdad o Castigo”, y había sido obligado a confesar que era casto, por lo que sus amigos lo habían estado batiendo todo el día. Ya en la tarde volvió a encontrarse con ella, lo acompañó a comprarse una nueva baraja de cartas, luego caminaron de la mano, ella lo besó mientras con sus manos le dejaba algo. “Eso es un condón, guárdalo bien, pero no en tu billetera porque puede estropearse, ponlo en el bolsillito de tu mochila; guárdalo, es posible que algún día lo necesitemos”.

Recordó aquella mañana con una sonrisa nostálgica, los ojos se le humedecieron, ella vio sus lágrimas iluminadas de amarillo por los faroles del alumbrado público y pensó Yellow, y él creyó estar Blue blue blue, pero no, estaba feliz, era un sentimiento erróneo: estar feliz pero derramando lágrimas, y ella sólo pensaba en las estrellas amarillas que salían de sus ojos. No compré ningún condón –respondió él mientras abría su puño-, ¿lo recuerdas?, es nuestro condón virgen. Ella sonrió. “… No habrá sexo ni beso de amor eterno…” Se echó encima de él, sabiendo también que no habría sexo ni mucho menos un beso, pero igual besó su nariz; la noche de la semana pasada la había mordido, por lo que él no pudo evitar fruncir el ceño de temor, pero sin retirar la nariz de su boca, pero esta vez fue delicado, y no sabía si se había equivocado al pronosticar que sería la noche pero que no habría beso, ¿Es esto un beso? –Se preguntó-, antes de esa noche hubiese contestado que no, pero en ese momento lo dudaba, incluso hasta tenía los ojos cerrados, ella no lo había pensado pero se sorprendió al sentir que su afecto era respondido, como si él la estuviese besando con la nariz, y ella también tenía los ojos cerrados. Él recordaba cuando estaba en el colegio y todos sus compañeros lo molestaban de narizón, sonrió feliz con su propia broma.

Cáncer: Ser imaginativo y solitario, inteligente, melancólico, creativo, cariñoso, vampiro de amor.

Nítidamente recordaba sus conceptos y sus frases de carné de aquel año en que la conoció, bajo ese mismo árbol: “La intensidad de una pasión se mide por la soledad que la precede”; él había subrayado esa frase en su cuaderno, lo había resaltado. “¿Qué es la felicidad?” pensó. Miraban las estrellas y las ramas de los árboles, disparándoles con sus dedos cuando ella recitó: “Estar en un lugar, y no querer moverse”. La telepatía nuevamente había funcionado entre ellos; eso era la felicidad, él era feliz en ese momento. Le habían dicho que era un vampiro de amor, definitivamente jamás imaginó que eso sería tan literal como para sólo poder verla una vez a la semana, sólo de noche, sólo unas horas, como a la Cenicienta, y el reloj de bolsillo presionaba, y supo la respuesta del porqué los peruanos inteligentes no llevan relojes en el bolsillo, “Tiempo”, volvió a temer que se estaba convirtiendo en un esclavo del reloj, ella ya estaba de pie y pronto él también lo estaría, sacó una carta de su baraja y lo dejó junto al árbol, ella sólo lo observó, no preguntó.





Epílogo


- Se sienten muy cómodas tus zapatillas, te las devuelvo el próximo viernes.
- No olvides tus zapatos.
- Me llevo uno, tú tienes que quedarte con el otro, narizón, sino ¿cómo vas a encontrarme?, ¿no recuerdas el cuento?
- Es verdad.
- ¿Qué dejaste en el árbol?
- Un siete de corazones.




Guillermo López


www.alanocturna007.blogspot.com

sábado, 14 de febrero de 2009

Melissa 001

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He aquí lo prometido: dedicar mis tiempos libres a escribirte mientras que tú estés de viaje, y citaría como tantos otros el tan popular “Lo prometido es deuda” si no fuera porque no lo veo como deuda, ni siquiera un acto arrebatado de cariño, sino un favor que tú me haces al darme escape a través de estas líneas (ya verás qué ardua tarea es el leerme)… ¿solicitadas?
Y supongo que debo empezar sinceramente, así: no sé cómo empezar, ni qué empezar; y cuando esto me ocurre temo haber dejado de saber escribir. En fin, será como últimamente lo he hecho: con una tasa de café con leche y una cancioncilla del argentino… un tal Piero, cantautor antiguo de canciones como Viejo, mi querido viejo: “Y una mañana, mientras el café mezclaba, en una servilleta blanca yo te dibujaba, yo te dibujaba”. No, ¿sabes qué creo? Debe de ser esta enfermedad altamente contagiosa llamada melancolía, iniciada por un CD de Laura Pausini comprado por mi hermano menor; hasta mi perro está deprimido, ya no quiere comer, y sólo digiere un poco si estoy yo a su costado dándole de comer de mis manos (ésta, definitivamente, no es una buena anécdota para contar). En fin, punto y aparte, pero no final.
Si leyeras las cartas que escribía el buen Alfredo Bryce… Ya no lo recuerdo bien, pero creo que, de uno u otro modo siempre he estado escribiendo, sin embargo fui más o menos (más menos que más) bueno cuado ingresé a San Marcos, allá en el 2006 (“… allá en el 2006” –como dicen los abuelitos-), y así me decían el pequeño Bryce, y yo de ingenuo que creía que era, yo, el pequeño Bryce por mis dotes con la pluma… No, nada que ver. Mis amigos leían en ese tiempo La Vida Exagerada de Martín Romaña y se mataban de la risa con las peripecias de Bryce allá en Francia, y luego me miraban: “Guillermo, jajaja, ahí estás tú, tú eres igualito a Bryce pero sin plata”. Y yo que me enorgullecía hasta que… “Sólo Bryce y tú son tan tontos como para que les pasen esas cosas”. Bueno. ¿Cómo habrá sido que empecé a escribir? Yo siempre lo hacía con el propósito de no terminar hablando solo, y, al mismo tiempo, para conversar con alguien conocido, como contigo en estos momentos, y así, entre libros y palomilladas escolares (resulta que terminé siendo un chico “malo” en la escuela, pero eso ya es pasado, en mis días de criminal escolar), un día me topé con que ya terminaba el colegio, a los 16 años, y que seguía la academia y la universidad, claro, y también vinieron los “Tú irás a una universidad particular, hijito”, y yo contento, hasta que Bryce, Vargas Llosa y otros tanto vinieron a mí: “No, mamá, yo iré a San Marcos igual que Bryce”. Y así fue, como un juego, algo como para continuar la leyenda de los poetas contemporáneos; y, como ya te conté la otra vez, al escoger la carrera (sin poder escoger Literatura), opté por seguir al buen Alfredo otra vez: será Derecho en la San Marcos, así que, derechito a la ADUNI para ingresar a la San Marcos, porque en el colegio sólo aprendí Literatura y a jugar fútbol (pero como mi colegio era de los malos, me sembraron el espíritu de guardameta, como el Che Guevara… pero Bryce fue defensa… Bryce decía: “Pasas tú o la pelota, pero jamás los dos juntos”). Creo que empecé a ser perseguido por el Pensamiento cuando estudié en ADUNI, y éste (el Pensamiento) sólo me atacaba, como cual Hombre Lobo, cuando me encontraba solo, y creo que fue por ello que empecé a escribir, pero en mis tiempos de académico me aventuré por los versos, y escribí mil y un poemas, pero sólo les gustaban a una morenita que se sentaba en el asiento de atrás, porque como que los demás pensaban como yo: soy un pésimo compositor de versos. Yo lo veía como una competencia, nada más; era el año 2005 y se había anunciado que San Marcos modificaría su examen, las academias no sabían cómo prepararnos, era el examen más difícil que San Marcos tomaría… “Y los ganadores son…” Yo tenía que estar adentro, por mamá, papá y mi hermano; y los niñitos de la iglesia. Y es que en esos tiempos, los domingos era maestro en la escuela dominical en una iglesia cerca de mi casa, los niñitos me llamaban “Hermano Guillermo, Micaela ha roto mi Biblia; Hermano Guillermo, mi carterita se ha caído al techo, ¿puede bajármela? Por favor, si no mi mamá me va a pegar” (yo subía en escaleras hasta el techo por esa mocosa… es un antecedente que pronosticaba mi debilidad por las mujeres, sin importar la edad). En fin, un día entró un chico al salón de clase de la ADUNI… Antes de esto: ¿has escuchado la frase: “Conoce a tu enemigo para conocerte mejor a ti mismo”? Es una de las máximas del gran Stan Lee (creador del universo MARVEL). Así te doy unos ejemplos: el enemigo de Thor es Loki: ambos son dioses nórdicos, un Dios bueno contra el Dios del caos; Spiderman tiene enemigos como Rino o el Doctor Óctopus: el hombre araña es un héroe totémico, recibió sus poderes de una araña radiactiva, y Rino también utiliza a un animal para simbolizar su fuerza, en este caso, un Rinoceronte; Los X-Men, son mutantes y se enfrentan a mutantes malos como Magneto; el punto es que los enemigos de uno tienen más en común con uno que los mismos amigos, algo así como polos opuestos pero iguales. Ahora volvamos a nuestra historia. Un día entró al salón de clases un chico vestido con camisita debajo del pantalón, zapatitos bien lustrados, cabello bien peinado, características propias de un hijito de mamá, todo un caballerito, a diferencia de los demás chicos de mi clase con aretes, cabellos parados, pantalones desteñidos y rasgados, etc. Se sentó a mi costado y me dije: “Éste sí es una buena competencia, uno que puede ingresar a San Marcos”. Un tipo parecido a mí, que no hablaba, que sólo escribía en su cuaderno, y que, por no tener amigos, renunció a su receso para realizar sus problemas de Geometría. Recuerdo que no podía resolver el problema siete (ojo con este numerito, que nos seguirá, a partir de ahí, en adelante), yo cogí una hoja y lo terminé, y en un acto de desafío le dije: “La clave es la A” (el otro ojo que resta aquí: la “A”, encaja con el 7, a pesar que la “G” es la letra séptima en orden alfabético). Así nos hicimos amigos, yo, un genio para los números, y él, un erudito en Historia. A la semana entró nuestro tercer mosquetero, mi buen amigo David García, más conocido como Viejito, que había estudiado conmigo en la misma escuela (sin embargo ahí jamás fuimos amigos, porque él era de los chicos “buenos”). Éramos sólo los tres, aislados de la clase porque no encajábamos, y porque –como decía Artemisa- no queríamos encajar, y nos hacíamos odiar, porque nos sabíamos inteligentes, y porque una vez Viejo y yo, cuando el profesor de Álgebra dijo que dos y dos eran cuatro, nosotros la seguimos con que cuatro y dos son seis, y que seis y dos son ocho, y ocho dieciséis, y no contentos con eso la seguimos con que brinca la tablita que ya la brinqué, bríncala tú ahora que yo ya me cansé, y el profesor “Se me van los tres”, y Jaime (que era el chico de camisita igual que yo): “Pero yo no hice nada”. Teníamos miedo, era la barrera del examen de admisión, pero lo disimulábamos muy bien, y hasta modificamos a Melgar con su “Todo mi dinero invertí yo en un ingrato, y éste hijo mío no llegó a ingresar; si así, si así se paga, a trescientas lucas mensuales, pagar pagar no quiero, no quiero yo pagar. Juramos yo pagar y él ingresar, yo pagué, él no estudió más; jamás academia volver a pagar no quiero, no quiero más pagar. Mi trabajo fue en un tiempo su alegría, ahora su ignorancia es mi pesar, fuera, fuera mal hijo, yo que trabajé con esmero, pagar, pagar no quiero, ponte ya a trabajar.” Y el profesor de Literatura como que no entendió nuestras risas, y cuando nos quitó el papel se puso también a reír, pero igual: “Se me van los tres”, y Jaime de nuevo: “Pero yo no hice nada”. De los tres, Viejito siempre fue el más inteligente, el más sabio, el mejor; yo era el más infantil, el más bromista, el más impulsivo; y Jaime el más estudioso, el más tranquilo… Vaya que lo extraño (pero chitón, que nadie más lo sepa, porque yo debo ser frío), es en serio, y creo que debería llamarse, esta carta, Los Amigos que Perdí, pero eso es para los estudiantes de Católica, allá Bayly, allá él.
Dos mil seis, marzo. El examen más difícil (que en realidad eran dos: la eliminatoria de RV y RM y luego los ensayos) había terminado, Jaime y yo ingresamos, Viejito no. Viejo y yo siempre fuimos seguidores de Bryce, pero Jaime no, él era de los Vargas Llosa, con su Conversación en la Catedral en mano me contaba las hazañas de Marito en San Marcos, y así razonaba: “San Marcos no es sólo una universidad, Guillermo, es más. ¿No es raro que el examen haya cambiado sólo para nosotros? ¿Sabes, Guillermo? Mis papás pertenecieron a Sendero Luminoso, y todo se manejaba dentro de las universidades, sólo hay que saber observar, y ahora, si Ollanta Humala gana las elecciones, no quiero ni pensar, Guillermo, pero las cosas en el Perú pueden ponerse feas, y nosotros estamos en el centro, podemos hacer historia”. Jajaja Ese era el mito sanmarquino que nos envolvía cuando ingresamos, cuando aquel lunes nos dijeron, a las siete de la mañana, que las clases iniciarían el día de mañana, y recorrimos toda la universidad, y yo solía perderme. “Todo esto será nuestro hogar por seis años, Guillermo, prácticamente aquí viviremos, saliendo de San Marcos, lo demás no importa, aquí empezaremos a vivir”. Y era verdad, San Marcos era mágica en esos primeros días, en aquel primer año, en aquel 2006. Hay lugares que ahora recorro, y sin embargo siento que no son los mismos que recorrí ese día, ese año. Sentía que recién empezaba a vivir, y estaba solo, no conocía a nadie, sólo yo y mi amigo Jaime (en el 2007 Alexandra me dijo que la gente de la facultad creía que Jaime y yo éramos gays). Creíamos que el año más difícil sería el primero, que luego nos acostumbraríamos a la universidad, nuestras clases muchas veces empezaban desde temprano, y acababan en la tarde, a las ocho de la noche la más nocturna, y para mí eso era tardísimo, en aquel entonces; este año he salido a las diez y media, y ya no le tengo miedo a la noche. Planeamos tener nuestras primeras enamoradas (porque nuestros papás -los míos y los de él- también se conocieron en la universidad) recién en segundo año, “… en segundo año, Guillermo, como mínimo, para ser más maduros, y jamás interrumpir nuestros estudios, y tener cuidado de no embarazar a ninguna chica, al menos yo, Guillermo, quiero llegar al matrimonio virgen…” Era graciosísimo. Buscamos un lugar donde almorzar, uno barato; otra cafetería más acogedora sólo para llevar a chicas especiales, cuando llegara el momento; nos pusimos reglas: cuántas horas de estudio en la biblioteca, sólo podíamos faltar a dos clases al mes, debíamos estar en el tercio superior, etc., y otro etc., allá en los primeros días de abril del 2006… Sí, al igual que Bryce, yo también lo sabía: Abril era el mes más cruel: hacía crecer lirios en tierra infértil.
¡Bah, tonterías! Al poco tiempo Jaime conoció a una chica llamada Coralito (el nombre es verídico, yo no lo inventé), por lo que toda nuestra amistad quedó en segundo plano, supongo que es lo normal, y así fue como empecé a recorrer solito la universidad, descubriendo nuevas cafeterías, y sólo cuando la chica se iba a su casa y nosotros aún teníamos clases andábamos juntos, en el fondo como que no me interesaba mucho porque así tenía tiempo para ir a la Biblioteca Central y sacar más libros de Literatura (lecturas gratis) como La Dama de las Camelias, La Reina Margot y otro etcétera a la salud de los Alejandros Dumas. Hasta que ocurrió… Yo siempre he creído que el inglés –como idioma- tiene algunos términos superiores a los nuestros (y claro, a veces el español le gana, como los clásicos España VS Inglaterra, David Beckham VS Raúl, dos ex galácticos… aunque Raúl sigue siendo galáctico), es así en lo referente a enamorarse, porque en español es como si el amor floreciera desde nosotros y así nos e-na-mo-ra-mos, como cuando nos ru-bo-ri-za-mos (es decir, nos ponemos rojitos tomates, nos enamoramos); sin embargo en inglés es fall in love, y literalmente es como caer en el amor, y creo que he ahí la clave: caer. Uno es feliz… No, me corrijo: uno se cree feliz, porque en realidad no es feliz, sólo tiene una vida tranquila, en paz, pero he ahí el chiste: como no es feliz (si no que sólo se cree feliz), tampoco es infeliz; uno está caminando por ahí, despreocupado, y de pronto, una trampa, un agujero, un abismo, no se puede hacer más, sólo dejarse hundir… Sí, Laura Pausini también estuvo ahí…
Era un martes del mes más cruel, yo tenía la mano derecha vendada porque el domingo me la habían fracturado jugando al fútbol. Estaba sentada, solita, mirando su cuadernito y sabe Dios qué dibujos haría en él. A mí me pareció bonita desde esa primera vez que la vi, Artemisa dice que fue porque la vi sentada, ya que Alexandra siempre ha sido gordita (en el 2006 yo solía decir que Ale –da pereza terminar todo el nombre- no era gordita, es sólo que el blanco engorda a la gente); en fin. Yo siempre he sido muy bobo para estos asuntos de Cupido, así que –y esto me lo dijo entre risas Alexandra una vez en el 2007 cuando recordábamos nuestros buenos tiempos- cada 21 segundos yo volteaba a verla, y ella lo había notado. Nuestro profesor dio quince minutos de receso, ella los rechazó igual que yo, quizá porque no tenía con quién hablar en su receso, pero en ese momento, en el vigésimo primer segundo, cuando yo volteé ella ya estaba mirándome, y ahí estaba yo, ampallado, y en estas guerras amatorias las batallas se libran con miradas, así que yo empezaba a doblar el cuello para demostrar indiferencia cuando ella me saludó con una sonrisa, a mí, a un desconocido, y yo que levanto mi mano derecha para saludar y ella que empieza a reírse y a caminar hacia mí. “¿Qué le pasó a tu mano?”, así, con toda familiaridad, como si nos hubiésemos conocido antes, se saltó el “hola” y yo estaba decidido a saltarme el “adiós”. ¡Aquellos días! Y compartimos todo nuestro receso… Todo cambió, Melissa, todo, mi rutina, prácticamente dejé a Alejandro Dumas por Alexandra Cedillo, solía seguirla, y así, todos los días, después de almorzar, ella se iba al parque frente a Derecho (parque del amor para unos, parque de la reproducción para los de Psicología), se echaba a dormir un rato y luego se ponía a leer ahí sus separatas, mientras que yo, siete árboles más lejos, abría mis libros para no leerlos, sino para, ¿observar?
Ese día hasta hoy se me es dudoso, como una laguna en mi mente, o un oasis entre mis recuerdos más blue blue blue. Creo que era un jueves, pero no recuerdo la hora, el dónde la encontré, cómo me acerqué; fue en ese parque, en la mañana, muy temprano; lo recuerdo como esa sensación de los sueños, entre la vigilia y el sueño en sí, y me veo sentado en el gras, e incluso he recorrido ese mismo parque tantas veces los años posteriores (2007, 2008, e incluso en este año, después de mis clases de inglés), pero sigo creyendo que fue en otro lugar (también que Castañeda me remodeló la universidad). Ahí estábamos, hablando de cuentos Disney, de burbujas y ella disparó: “Tengo que estudiar porque luego tengo examen”, y yo que emprendía la retirada, pero luego ella: “No, quédate, quiero conversar contigo, además estudié ayer”, y yo volvía, y ella disparó la artillería pesada: “Mi enamorado dice que…”, y yo que debo disimular, Guillermo con la sonrisa, luego lo masticas, ahora sólo escucha… La historia de mi vida: llegué tarde otra vez, ella ya tenía enamorado, pero al final vendría mi descuento: “Es raro, me gustó hablar contigo… No, disculpa, no me dejo entender: es que siempre he creído que las chicas bonitas no son interesantes, pero me sentí muy bien contigo, hasta luego” - ¿Crees que soy bonita? – Sí, y mucho. ¿Puedes creerme eso? Porque yo y mi timidez no podemos; fui corriendo al baño y me lavé la cara durante algunos minutos torturándome por haber sido tan torpe al final. A pesar de eso nos seguimos hablando y llegamos a ser muy buenos amigos, y fue cuando el milagro ocurrió, nos reproducimos: Coralito y Jaime formalizaron una cursi pero linda relación, y yo les presenté a mi amiga Alexandra, Alexandra nos presentó a sus amigas Claudia y Sofy, y yo les presenté a Artemisa, y así hicimos nuestro grupito narcisista, y almorzábamos juntos luego de clases, nos echábamos en el gras a jugar a las cartas, o nos escapábamos al cine, me sentía como en familia, y solía escribir historias inspiradas en nosotros, en los amigos, y Jaime y yo anunciábamos a nuestro amigo Viejo, que ingresaría en el siguiente año, y así él ya tenía reservado su lugar en el grupo. Fue cuando, citando a Dumas, diría la máxima que “La amistad es una estrella mientras que el amor era solo una vela”, seguido del cursi “Jamás los abandonaría por una chica, amigos míos”. Yo siempre llegaba tarde a la universidad, y cuando llegaba, Alexandra corría hacia mí y me abrazaba con una sonrisa que jamás se repetiría en años posteriores; fue ella la que me abrió camino al fútbol sanmarquino, ya que yo no me hablaba con los demás chicos de mi facultad; fue Alexandra la que me compró mis primeras camisas con corbatas para las exposiciones, y Artemisa nos leía las cartas; íbamos a las ferias de libros y en las tardes leíamos los cuentitos que yo les escribía, y los cuentos que Viejo escribía y enviaba por Internet (Viejo siempre escribió mejor que yo); Alexandra inscribiría sin mi autorización uno de mis cuentos en un concurso allá en Miraflores y resultó que gané el segundo lugar, y ahí, echados en el parquecito sanmarquino, nos repartíamos sendos “Te quiero mucho, Ale; Yo también te quiero, Guishe”; fueron buenos días. Hasta que un día llegaría ella con un libro, un Premio Alfaguara 2002 de un tal Xavier Velasco titulado El Diablo Guardián, “Te lo regalo, Guishe”, porque así le gustaba llamarme, Guishe; y el libro era un presagio de desgracia, porque no era de un amor con final feliz, y tampoco con final infeliz, sino, pero que todo eso, un final incierto, es decir, aún más triste. El problema fue que poco a poco empecé a enamorarme de mi amiga Alexandra, y el verdadero problema es que ella tenía un enamorado, y otra vez, como para corregir lo del problema: el verdadero problema fue que a mí siempre me gustó el turrón, y ese año me había quedado con las ganas de comer turrón, y ella dijo: “Si tú me das un beso yo te compro ese turrón para ti solito”, y yo que me puse rojito tomate y le diría que prefería un helado, y así fui escapando, porque no, Ale, tú tienes un enamorado; y la proposición se repetiría cada vez más seguido, y un día, cuando estábamos en el autobús que nos llevaba hacia mi casa (porque teníamos que hacer trabajo en grupo) ella dijo: “Quiero un beso, Guishe, y es ahora o nunca”, y ella siempre fue muy convincente, y yo estaba ahí, queriéndola mucho y sabiendo que no podía ser porque tenía enamorado, pero sabiendo también que la quería mucho, y que quizá no era el hecho de tener enamorado, sino simplemente que nunca antes había besado yo a una chica y me moría de miedo, y escuchaba a la trinchera norte cantar “Maricón; maricón, maricón, Guishe maricón”; y era un nunca, y los nunca jamás pueden quebrantarse, porque quizá llegué tarde, o muy temprano, pero eso se corrige, pero el nunca es definitivo, y fue que me atreví: fue ridículamente lindo, en realidad fue un piquito monse (nomenclatura dada por ella misma), y luego el torturante silencio, en el bus, ante miles de pasajeros que ya nos estaban mirando, ahí, sentaditos los dos sin decir nada. Bajamos del vehículo y mis piernas temblaban y no sabía qué decir, hasta que ella rompió el silencio: “Otro, otro, otro”; y fue otro piquito. Ese mismo día, pero ya en el atardecer, en la universidad, en nuestro parque, ella me instruiría acerca de la diferencia entre un piquito y un beso, y yo me haría el vivo diciendo que siempre fui lento para aprender. Cuando ella lo contó a nuestros amigos como que causó gracia a algunos pero a otros como que nos miraban feo, no estaba bien; y ella me hablaba acerca de los techitos de las casas: todos, en estos tiempos, son planos, y cuando uno es niño y dibuja una casita siempre dibuja una con jardincito y techito triangular, y esas son las casas felices, y sólo tu casa tiene techito triangular, como debería ser, las demás son planas, ¿me entiendes, Guillermo?, dime que me entiendes, por favor, porque yo te quiero mucho; y luego se ponía a llorar, y en realidad yo no sabía qué hacer, y siempre, en mitad de la tarde, había una llamada en su celular, y esas llamadas podían echar a perder todo un buen día, y por ello decidimos ser sólo amigos. En ese 2006 empezaría mi racha de navidades Grinch, porque mi hermano enfermó de Peritonitis y casi se me muere, no tenía cabeza para pensar en nadie más que mi hermano, Alexandra me estuvo apoyando, otro etcétera.
El 2007 empezó con cartitas largas que nos escribíamos entre todos para mantener el contacto; Artemisa se había ido a Cajamarca y nos contaba que sólo Miguel de Cervantes la acompañaba allá, Viejo estaba por postular a San Marcos, Jaime estaba de retiro espiritual, las demás chicas en su casa, y Alexandra sorprendería con un cuento algo ofensivo, y yo respondería mal… curiosamente ya no recuerdo qué contesté, pero sé que estábamos peleados, pero nada grave, hasta el día de las matrículas que ella llegó con su enamorado en acción bélica a la norteamericana (es decir, fregar y quedar bien con todo el mundo), y recuerdo que ahí estaba yo más desubicado que nunca, y cuando Claudia preguntó el “¿Cómo estás?” al enamorado de Ale yo respondería por él: “Estoy bien, Claudia, no te preocupes”. Yo, muriéndome de celos, y decidido: no le volveré a hablar. Así que yo no le hablaba, y ella me saludaba después de un tiempo, pero yo aún estaba dolido, y me sentaba en mi carpeta, ella llegaba y me daba un beso en el cachete a la fuerza, pero yo no le hablaba; se sentaba detrás de mí y me daba de pataditas, yo no contestaba. Un día, la muy cargosa me pegó un papel en la espalda que decía “Yo quiero a Alexandra”, pero igual no le hablé. Ese 2007 fue el año de sus lloriqueos. La primera víctima fue Viejito, y luego los demás chicos, hasta que todos empezaron a pedirme que le hable, pero yo estaba dolido, o simplemente actué como un tonto, a veces tengo el amargo sentimiento de culpa, hasta que un día de julio robó mi chalina y me obligó a hablarle: “Cuento tres y mi chalina está en mi cuello, apúrate, no estoy jugando”; conté hasta diez y no hubo respuesta, sólo conseguí que amarrara mi chalina a su cintura, y ante la impotencia robé su mochila; recuerdo que la escondí en un salón del tercer piso y le dije que devolviera mi chalina a Artemisa, cuando Arte tuviese mi chalina enviaría un misio a mi celular y así yo le escribiría un mensaje a su celular diciendo dónde puede encontrar su mochila; pero mi plan fracasó por sabotaje, así que utilicé la fuerza para rescatar mi chalina, y como ella también tenía fuerza y mi chalina podía pagar los platos rotos de un romance poco saludable, no me quedó de otra que aceptar su demanda: conversar por treinta minutos en el tercer piso… En realidad no habló nada, sólo me abrazó y se puso a llorar, y llorar, y llorar, y desfilaron frente a nosotros el señor guardián que abre los baños, uno que otro profesor conocido, y ella seguía llorando, y yo que ya estaba a punto de chillar cuando ella empezó a reírse, y ante mi ¿Qué fue? Ella respondió: “Acabo de llenar de moco tu chompa”. Se había vengado.
Miércoles quince de agosto del 2007. Ese día definitivamente había sido de lo más raro. Jaime, Viejito y yo nos tiramos un par de clases para poder almorzar juntos, y en un debate acerca de la mujer más linda quedamos en mutuo acuerdo a favor de Penélope Cruz, y hablamos también de lo raro del día. Por la tarde nos sentamos en nuestro parque con Claudia y percibimos que las nubes iban más rápido que de costumbre, algo muy raro va a ocurrir en este pueblo, sí, Viejo, hoy jugando al billar me salió una carambola, algo muy raro va a ocurrir en este pueblo, verdad, Jaime, los perros jamás habían ladrado tanto en San Marcos, algo muy raro va a ocurrir en este pueblo… hasta que vino Claudia diciendo que Algo muy raro va a pasar en este pueblo era un cuento de Cortázar, por lo que le aplicamos un Túpac Amaru en castigo por su ignorancia literaria. El 2007 había sido el año de Keane con su Somewhere only we know y su This is the last time. Y sí fue raro ese día, porque yo extrañé como un loco a Alexandra, y la extrañaba teniéndola al frente, en la facultad de Derecho, así que abandoné a mis amigos –pero sólo un ratito- y fui a buscarla a su salón de clases, y fue extraño, pero quise ir allá. ¿Sabes qué? Me ha dado como que hambre y quiero invitarte un café, vámonos, falta a esta clase. Y ella aceptó, y tan sólo habíamos salido de la facultad, a eso de las siete de la noche, cuando las persianas empezaron a temblar y a sonar como tambores de guerra. Y luego el temblorcito en los pies, y ella que empezó a saltar: “Me invitas a tomar un café y decides hablarme, no sé por qué, y justo la tierra tiene que temblar, Diosito no nos quiere, Guishe”. Y de pronto siguió temblando más fuerte, y las luces empezaron a oscilar en Derecho, y nosotros, desde afuera, lo veíamos todo como si fuera… “Oye, la facultad parece el Titanic”, “Si tú saltas, yo salto”. Y ante mi Vámonos al parque, ahí estaremos seguros; noté que los árboles se bamboleaban mucho, y la gente empezó a salir como hormiguitas y ya era un mar de gente allá en San Marcos frente a Derecho, y entre eso, aparece Viejito y Jaime, y Artemisa, y Claudia, y Sofy, y Alexandra que me abrazaba, y yo feliz, y Viejo que mira el cielo y me pregunta si hay relámpagos de color azul, y por el otro lado relampagueaba verde, y blanco, y amarillo, y fucsia, y ¡Qué demonios!, y Sofy con sus Nos vamos a morir, y Viejito que dijo que nos abrazáramos, y ahí nosotros, muriéndonos de miedo, y por ahí algún estúpido que empezó a correr gritando que era un ataque chileno, el fin del mundo, y Viejo: “Si sobrevivimos, seremos amigos por siempre”, y yo, ahora, mientras te escribo querida Melissa, sospecho que, o nuestros amigos no sobrevivieron, o Viejito y yo fuimos tragados por la tierra. Los sicuris de Sociales siguieron tocando sus zampoñas y fue ahí cuando Te quiero, Guillermo, Yo también te quiero, bruta, Tonto, Señora cara de papa, Narizón, otro etcétera. Los teléfonos no funcionaban, “Afuera de San Marcos debe ser todo un caos, nosotros estamos bien porque estamos dentro de la universidad”, las radios de los autos a todo volumen con las noticias: incendio en Rímac, muertos en hospitales, el sur devastado, “Esperamos la réplica aquí”, haciendo cola por los teléfonos públicos, “Nos quedamos a dormir aquí, es peligroso salir”, y el Rector que da la orden de desalojar San Marcos por miedo a que roben las instalaciones. Afuera todos los carros repletos, Alexandra llorando, otro etcétera.
Ella y Sofy debían irse hacia el sur, mientras que Artemisa, Jaime, Viejito, Claudia y yo vivíamos al norte. Tuve que prestarle mis guantes y la promesa de volver a vernos, dentro o fuera de San Marcos (ya que lo más probable era que se suspendieran las clases), para que subiera a su micro, y el cobrador con su Apúrate pe chino. El movimiento no sólo sacudió el sur del Perú y un poquito a Lima, sino que también bastante a mí, y así volvimos a salir juntos, a ver Los Simpsons (The Movie) cuando mucha gente no quería entrar ya a un lugar cerrado, y en un abrir y cerrar de ojos septiembre con su primavera nos sorprendió después de haber gritado con entusiasmo los goles de los jotitas y las atajadas de Éder Hermoza allá en Corea. Y reapareció el siete: “Hemos perdido siete meses de estar juntos por tu culpa, Guillermo, esos siete meses nadie nos lo devolverá, y sólo porque no querías hablarme, no sabes lo que me hiciste en esos siete meses”, y se volvía a poner a llorar. Y ese era el almuerzo de toda la semana, hasta que se me ocurrió: “No puedo devolverte esos siete meses, pero te ofrezco a cambio siete días, sólo para nosotros, de principio a fin, y al diablo la universidad”, y fue así como me uní al lado oscuro de la fuerza, con los Hombres G y Mar de Copas como violinistas, ya que Keane se guardaba para el triste final en inglés, This is the last time. Recuerdo que falté a muchas clases durante esa semana, iba a dar examen y los terminaba en cinco minutos para volver con Ale, salía de la universidad a las nueve de la noche y llegaba a casa a las once, y en ese año once de la noche era tardísimo, y mamá empezaba a preocuparse por mí, y fue cuando el Consejo (formado por Jaime y Viejo) intervino para exorcizarme, pero yo no me dejaría convencer, era un Anakin Skywalker, no, era ya un Darth Vader, poderoso y podía contra mis buenos amigos Jedis (Ojito aquí: Viejito siempre fue Obi Wan Kenobi, el mejor de todos). Fue la mejor semana de mi vida, e incluso jugué en un campeonato de fútbol y fui nombrado arquero revelación 2007: “Ese huevón es un loco pero tapa de la puta madre”; y Alexandrita estaba ahí con mis botellas de agua y su botiquín de primeros auxilios porque decía que los chicos ahí eran más grandes que yo y Se te puede romper un huesito Guishe, hay que estar prevenidos. Ella había terminado con su enamorado hace meses, incluso antes del terremoto, y el día siete de septiembre nos daríamos nuestro beso número siete (sí, puedes sacar tu cuenta: sólo nos besamos seis beses en el 2006, así que el primer beso del 2007 llegaría recién el siete de septiembre). Y luego un día, un 28 de septiembre, ella me comentaría que Sofy le había preguntado si éramos enamorados, Yo le dije que sí, Guishe, sin embargo creo que no somos enamorados, ¿verdad? – ¿Quieres ser mi enamorada? – Ahí viene mi carro, chau Guishe. – No, vente pa’cá, responde, ¿quieres ser mi enamorada? Y he ahí el “Sí” que siempre me hizo tan feliz, y es que un “sí” en mi vida era como los escasos goles peruanos, así que hay que gritarlos, hay que cantarlos, hay que componerles canciones. Pero, como es sabido, llegan los problemas conyugales, y uno muy en particular: los besos. Y es que sucede que ella decía que los besos Hollywood son con quebraditas, y yo era flaquito y ella gordita, así que el quebrado siempre resultaba ser yo, y yo que no, pues, Nosotros los hombres quebramos a las mujeres y jamás en viceversa; Pero a mí no me importa Guishe; Pero a mi masculinidad sí, y fue por eso que empecé a hacer ejercicio al despertar: planchas, barras en mi arco de fútbol particular de entrenamiento, ranitas, pesas, sobre todo pesas; y así aprendí el arte de los besos Hollywood, y ella feliz, sin darse cuenta que cada beso Hollywood era un esfuerzo tremendo para mis pobres bracitos, pero así ya tenía mis primeros músculos herculianos, y ahora, cuando jugaba fútbol, podía detener disparos con una sola mano, a mano cambiada, o lanzarme en impulso doble: piernas, apoyo en la mano derecha y atajada con la izquierda, porque mi relación con Alexandra sirvió también en ese aspecto. ¡Y cuánto disfrutaba de nuestras pichanguitas con botellitas plásticas! Y es que cada vez que estábamos callados y encontrábamos una botellita descartable (de preferencia PEPSI), ella la pateaba y me hacía una “guachita”, y yo que de picón le devolvía la “guachita” pero a toda violencia, y así iniciábamos a darnos de patadas, y luego los empujones, y luego que alguna chica que conversaba por ahí con no-so-tros exclamaba un ¡Cómo pueden jugarse así de tosco!, y Sofy que salía a nuestro rescate con su “Guillermo es como un niño, y aunque parezca raro, esos dos se entienden y son felices así”, y cuando terminaba esto yo ya estaba en el suelo queriéndola mucho. A ella no le gustaba decir “Te amo”, ella decía I love you, Guishe, i love you so much; y fue ahí donde noté una trampa en el lenguaje (propio de abogados). Ale, en el inglés I love you puede ser un “te amo”, pero también puede ser sólo un “te quiero”. Ella decía que el “Te amo” era demasiado fuerte, ¿y qué tal si no es cierto?, si nos equivocamos, Guishe, ¿qué pasa entonces?, si corremos, luego nos caemos, ¿quién carajos nos levantará entonces? Muchas veces yo no la entendía, pero me sabía feliz. Y fue así que inventé el “Te quiero más siete” para suplantar los “Te amo”, porque yo te quiero más que un simple “Te quiero”, y si tenemos que sumarle un número yo creo que debe ser el siete, el número de la perfección. Sin embargo habían algunas irregularidades que no pude dejar de notar, como el celular apagado por las tardes, por nuestras tardes después de clases, o los carros que a veces ella tomaba a las siete de la noche y que no iban precisamente a su casa, y el descontento de mis amigos, porque ellos no lo aprobaban, ¿por qué ellos no lo aprobaban? Y un día el servicio de inteligencia (formado por Claudia, Viejo y Jaime… Artemisa me odiaba y no quería saber más de mí) me dijo que ella se seguía viendo con Miguel, que me la estaban haciendo, que pronto podría empezar a atajar goles con mi cabeza, ¿Entiendes, Guillermo?; y yo con mi Voy a investigar personalmente. En realidad no investigué nada, sólo le pregunté, y ella me calmó diciendo que Miguel (el ex enamorado) aún no lo entendía, y que necesitaba apoyo porque tenía problemas en su casa, y yo viendo en mi Alexandra a una linda Nicole Kidman en Moulin Rouge, y Viejo creyendo saber por qué Mc Gregor decidió hacerse Caballero Jedi. Y así llegamos al sábado 27 de octubre del 2007, un día antes de nuestro primer mes oficial, y yo para eso volví a releer mi No me esperen en Abril, del buen Bryce, para saber cómo celebrar a lo grande un primer mes convirtiéndolo así en un aniversario, y el buen Alfredo gritándome: “… hace crecer lirios en tierra infértil”, pero yo estaba ciego y sordo en ese septiembre. Y luego de nuestras clases sabatinas, fuimos a una cafetería por la ex puerta dos de San Marcos, brindando con chocolatito caliente y mi odioso jamón inglés (no me gustaba, pero Alexandra me obligaba a comerlos, así como me obligaba a comer las verduritas en la sopa), y en eso la llamada ganadora, y ella contestando que estábamos en una cafetería por la puerta 2, y antes de que yo dijera “¿Uhm?”, apareció el buen Miguel por la puerta… ¿Dije que Penélope Cruz era la mujer más bonita del mundo? ¡Bah! Últimamente me está gustando mucho Kate Winslet, y no por su Titanic “Si tú saltas yo salto”, sino por su Eterno Resplandor de una mente sin recuerdo, porque benditos los que olvidan aunque tropiecen con la misma piedra… Y yo que lo invitaba a sentarse con nosotros y Si quieres, Miguel, cómete mi odioso jamón inglés, y él que me preguntaba si estaba con ella, y yo un sí, y él desde cuándo, y yo con los números, y él ¿Es cierto, Fabiola (porque él le llama Fabiola a nuestra –porque ya era compartida- Fabiola Alexandra), lo que él dice?, y ella soltaría el segundo “Sí” que tanto gusto me dio, y él que la jaló, y yo que me levanto en nombre de la hermandad de los peruanos, pero como que él no entendía los asuntos de la paz y me lanza un puñete, y luego otro, y otro, y otro más (no vayas a pensar que él estaba ganando la pelea, sólo era una estrategia para ganar tiempo y cansarlo), y que soy arrastrado hasta la vitrina de las tacitas de la cafetería, y yo que “Espera, espérate un toque”, y lo más chistosos es que me hizo caso. El suelo estaba llenecito de sangre mía y por ello me encaminé hasta Alexandra y le pregunté si lo que sangraba era mi nariz o si se me había abierto una ceja. No, es sólo tu nariz la que sangra, Guishe. – Gracias, linda. Y me fui por el segundo round, él lanza una patada, y yo que soy bueno con los pies, y al suelo Miguel, y ahí yo, inspirado por aquel Shawn Michael, guerrero legendario que ganaba sus peleas en la lucha libre sangrando y en desventaja con su famosa Patada Biónica, lancé una de las patadas más fuertes de mi vida, como un verdadero sanmarquino contra un estudiante de la San Martín (es decir, yo representaba al movimiento izquierdista, al pueblo; y él sí que era bueno con los derechazos). Lo que noté de inmediato fue que mi Patada Biónica no fue un ataque terminal, y que si bien Shawn Michael ganaba sus peleas, gracias también era que hay reglas en la lucha libre, y un árbitro, y aquí en San Marcos como que el tipo se levantaba y terminaba de matarme, así que cogí un azucarero para lanzárselo y ganar ventaja, pero las chicas de la cafetería se lanzaron a mi rescate armadas de escobas y trapeadores. “Yo estuve con ella anoche, imbécil, pregúntale a ella si no es cierto, pregúntale”; y yo de obediente que le pregunté “Ale, ¿es cierto lo que él dice?”, y ella con el lógico “No” (a veces los “No” también nos brindan algunas pequeñas satisfacciones), y el representante de la derecha que se fue llorando de ahí. Ese día, que defendí mi título de enamorado oficial, recibí mi último beso (aunque ya no uno al estilo Hollywood), el beso 91, y en mi ingenuidad creí asegurada mi felicidad. Ella faltó toda la semana siguiente a la universidad, y yo iba con mis cachetes hinchados, y más hinchados por mi infantil y absurda sonrisa de niño que cree en Santa Claus, y la gente “Buena, campeón”, y empecé a notar que, a pesar de no hablar con mucha gente de mi facultad, la gente de mi facultad sí hablaba de mí, y yo contento, porque lo veía obvio: el tipo dijo todo eso porque estaba desesperado, quería que peleáramos, pero ahora ya sabía de mí, es decir, lo saqué de mi camino, vaya primer mes, Bryce, vaya primer mes. Sin embargo (aunque creo que estoy yendo contra corriente, porque las malas noticias se anuncian con los “pero”) mi servicio de inteligencia (conformado por Viejito, Jaime y Claudia; Arte no porque me odiaba por haberla abandonado) me revelaría que Alexandra se seguía viendo con Miguel, es decir, ahora sí estaba capacitado para atajar goles con mi cabeza. Así terminó, para mí al menos, el 2007, y segunda navidad peleados, el Grinch otra vez.
Así llegamos al 2008 que ya se fue entre fuegos artificiales y muñecos sentenciados a la hoguera. Este iba a ser mi desquite, mi revancha, y apuntaba a ser un gran año. Artemisa me odiaba, pero con esfuerzo logré convencerla de que me perdonase, que la necesitaba y que no volvería a pasar jamás; nuestro grupito narcisista se dividió entre los amigos de Guillermo y los amigos de Alexandra, pero Jaime y Viejo se quedarían conmigo, al final sólo quedamos nosotros tres, como en un inicio: Viejo, Jaime y yo; los tres con casacas de cuero. Viejo estaba enamorado de una caperucita celeste que andaba entre los parques sanmarquinos; en su canastita no sólo llevaba alfajores para su abuelita, sino paz y alegría a todo aquel que la contemplase, y parecía que Viejo lograría conquistarla; Jaime había terminado con Coralito y se unió a este Club de los corazones solitarios de Cupido; yo había quedado sin Alexandra, pero me sacaría el clavo del tercio superior, además me quedaba el fútbol universitario (y esto queda entre nosotros: no solo jugué a favor de Derecho, sino que en el 2008 tapé para Sociales también). Me matriculé en el curso de inglés en febrero, como para no tener ratos libres, porque en los tiempos de ocio es donde más te persigue el Pensamiento, y el Pensamiento muchas veces tiene aliados como el Recuerdo, y es una combinación mortal. Pero luego Jaime trataría de cortejar a la caperucita de Viejo, y habría un primer enfrentamiento interno, y por otro lado Claudia se pelearía con Alexandra porque esta última quería volver conmigo (todo esto a mis espaldas), y un día Sofy vendría a contarme que Alexandra pensaba ser amiga de Jaime para llegar a mí; Artemisa no pudo más contra los fantasmas que habitan en la facultad de Derecho y Ciencia Política (yo vuelvo a decir, como tantas veces, que sí existen, pero pocos pueden verlos) y decidió dejar la carrera, a pesar de los esfuerzos unidos de todos (porque todos se unirían por ella, los amigos de Alexandra y los amigos de Guillermo, fichando todos por el equipo de los amigos de Artemisa, pero citando a Vallejo: tanto amor y no poder hacer nada). Jaime empezó a andar con Alexandra, Viejo estaba molesto por eso, pero yo no, porque tenía mis clasecitas de inglés, y aunque no parezca, en realidad no eran mis clases de inglés, eran mis terapias, y estaba bien. Sofy se enfadó con Alexandra por lo que se veía venir, y se alejó de Ale, y los meses pasaron solitarios, porque Viejito era tan brillante que no tenía tiempo para nada, ya no había Artemisa, ni Claudia, ni Sofy, ni Jaime, ni Alexandra; ya no había gente en mi mesa a la hora del almuerzo, nadie con quien jugar a las cartas (pero aprendí a jugar solitario y a adquirir la personalidad Gambito: tener baraja y nadie con quien jugar), pero al menos era tranquilo, yo, mis clases y Jane Austen (que empecé a leer por esos días).
¿En qué mes nos conocimos, Melissa? Pero fue después de julio, y en julio fue cuando se confirmó lo de mi buen y leal amigo Jaime con mi siempre querida Alexandra, pero ese no era el principal problema sino lo que vendría después… No hay nadie más triste que un chico guapo con la barba descuidada y crecida… El apoyo de la gente que yo no conocía pero que sí me conocían a mí. “Disculpa amigo, ¿tienes grupo de Derecho Comercial?, porque me gustaría trabajar contigo”, “Ey, Guille, vente a almorzar con nosotros”, “¿Estás bien, Guille?” Nadie lo decía, pero prácticamente tenía enternecida a toda mi facultad, y yo detestaba esa lástima que me tenían, y lo más saltante fue cuando no hice mi trabajo de Procesal Penal y la jefa de grupo (a la que nunca antes había hablado) me soltó un “No te preocupes, Guillermo, yo sé que has tenido problemas, entrégame tu parte la próxima semana pero no comentes esto con nadie, ¡éxitos!” Me dio tanta cólera que a la mañana siguiente presenté mi trabajo. Y fue como me volví algo más agresivo, y algunas cosas que dije e hice y que me costaron otras amistades, claro, y también me costó mi clase dominical en la iglesia (con eso también ocurrieron otros problemas ajenos). Y como diría Juan Gabriel: “Cuando se pierde un buen amor, es necesario conservar el buen ánimo”. Y tomé mi revancha en el área académica, sacando veintes cuando otros jalaban, porque ya hasta el fútbol me dejaba (la gente decía que los pleitos que me ganaba eran una manifestación de cólera reprimida; “No, Claudia, no sé qué le pasó, Guillermo nunca fue buscapleitos, creo que es una expulsión de su ira contenida, ese Jaime es una basura” –declaración de Junior López, carrilero de nuestro equipo de fútbol sanmarquino*). Y ya para este entonces no era más Keane, porque mis amigas psicólogas me recomendaron no escuchar canciones del recuerdo, así que vino Andrés Calamaro y los días en los que tú me conociste, y he ahí lo transcurrido hasta ahora, hasta este nuevo 2009 que misterios y sorpresas nos reserva, ¿qué pasará? Y puede ser ésta la gran prueba: ella me acusaba de chico mentiroso Pinocho, y que hasta fingía risas, decía que era un narizón de sonrisa fácil, ¿a ti te parece, Melissa? ¡Ah, claro! Y lo último fue el 31, en el cumpleaños de Artemisa, que Jaime nos sorprendió con su auto invitación, y que hasta terminamos jugando a las cartas como antes, pero ahora odiándonos más que nunca porque él fue buscando pleito porque Ale, en el día de los inocentes, le dijo que hace unas semanas tuvo algo conmigo, y yo con mi inocente (porque era inocente de aquella acusación en día de inocentes) “No se preocupe, señora mamá de Arte, yo lo acompaño a Jaimito a tomar su carro a casa”, y Artemisa que se enojó conmigo porque Si quieres pelearte, ¿no puedes esperarte a otro día? Y yo, ahora, con un miedo inmenso al caer en cuenta de cuánto te he escrito, y más miedoso aún de haberte vuelto a decepcionar como la otra vez.
Se me pasó la mano (y el día entero también) escribiéndote, Melissa (y eso que esta es la versión abreviada). No es esta la única historia auto biográfica que me sé, pero supongo que fue la historia de moda durante el 2008, y supongo que al carecer de un diario necesité registrarlo de algún otro modo (y de paso convertirte en confidente y en lectora contra tu voluntad), como para no olvidar, para no olvidar, estimado Calamaro, para no olvidar, porque lo que no nos mata nos hace más fuertes.
¿Cómo puedo hacer para que me creas que, literalmente, no te fuiste a Huaraz huyendo del sol, sino que te lo llevaste contigo? Y decirte también que sin ti, Lima ya no brilla, y hasta llueve de vez en cuando. Y es por estas razones que no me gusta estar solo, porque el Pensamiento está aquí, sólo esperando a que esté solo, asechando como un hombre lobo, y que yo no sé (porque en el libro no lo detalla) el ritual que Xavier Velasco sabía para hacerlo desaparecer.
¿Sabes? En estos momentos (ya es de noche y como que tengo sueñito) se me viene a la memoria una cita de mi maestro Rojas Leo: “El abogado muere por lo que firma; el estudiante de Derecho, por lo que escribe”. En verdad tengo miedo de decepcionarte (e imagínate mi poca moralidad como aficionado de escritor: tengo más miedo a espantarte que a resultarte aburrido con estas dieciséis páginas), aunque Julieta Venegas dice que la verdad nunca puede darse así tan mal, pero como que la verdad es una especie de diamante: hay que iluminarla para poder ver todas sus facetas, y otro “pero como”: pero como que yo soy algo mentiroso, sin embargo nunca engaño a nadie, y como que lo inmoral es engañar, ¿verdad? Pero en fin, creo que ya estuvo bueno de insomnio, y desde acá te mando las buenas noches (y ya descubriré la manera de enviar a distancia Las Mañanitas), con la esperanza, al menos, de haber estado contigo de una u otra forma.
Sinceros besos y abrazos de

GUILLERMO


P.S. Encontré una cita por ahí de Raymond Aron y que yo intento adaptar a mi vida: “De chico me gustaba jugar fútbol para ser el primero. Creo que era un móvil bastante vil. Desde que descubrí la Literatura, lo único que sueño es ser escritor”.