lunes, 26 de abril de 2010

La primera cita del año

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Recuerdo que en un post anterior mencioné –metafóricamente- que, a mis veintiún años, ya estaba demasiado viejo, y algunas personas sin escrúpulos ni compasión confirmaron mi dicho: “Si, Guille, ya estás viejo, un ladrillo tapa mejor que tú, acéptalo y retírate del fútbol”. Cuando lo dije, bueno, es verdad, lo dije también pensando en el fútbol; antes pocas eran las pelotas que se me escapaban y terminaban en gol, incluso fui popular con aquel dicho de mi pata Viejito García: “A Guille es imposible hacerle gol de fuera del área” (todo eso muy Benji de ‘Los Súper Campeones’). Buenos tiempos, momentos y acrobacias que, como repito, hace tiempo que no puedo repetir, pero no sólo lo dije por el fútbol, sino en todo aspecto: en los estudios, con las chicas, en mi vida cristiana (porque sí, aunque me esfuerzo por demostrar lo contrario, soy creyente y asisto, siempre arrepentido, los domingos a la iglesia), etc. Porque hasta el 2007 tenía buenas calificaciones, mi equipo de fútbol era un conjunto ganador y goleador (similar a la U que obtuvo el tricampeonato en los finales de los 90’s), en mi iglesia era admirado por estar en la universidad a los diecisiete años, y, aunque siempre terminaba choteado por las chicas, en ese aspecto nunca estaba aburrido por falta de acción, es más, tenía yo un récord maravilloso aunque poco célebre de citas –con diferentes chicas- por mes, y, claro, también, la marca de acciones bobas, en menos de cuarenta y ocho horas, que ahuyentan a las féminas y arruinaban ‘la primera cita’… Y los amigos que nunca antes habían faltado. Pero a partir de finales del 2007 todo eso empezó a agotarse, lo que más lamenté: la ausencia de amigos.


Sin embargo, de un tiempo a esta parte estoy poniendo todo de mi parte por recobrar ¿mi juventud? He vuelto a mi iglesia como en aquellas películas donde el antihéroe retorna a sus inicios buscando la redención, intento reunir a los amigos extraviados y construyendo nuevas amistades, lo mismo en el fútbol: convocando jugadores, ya veteranos, hermanos del ayer, y buscando jóvenes talentos, tratando de armar un coro de “Yo quiero tener un millón de amigos y así más fuerte poder cantar”; y pienso estudiar duro este año (todos los años empiezo diciendo lo mismo).





En fin, ante una escasez de año y medio, mi primera cita: Selina Medina, una chica que conocí años atrás en mis clases de inglés y que encontré a través de la Internet, mientras que yo revisaba correos antiguos entre ella y yo; copié su correo y la agregué a la nueva cuenta en ‘gmail’ (y es que me cambié de correo también porque quería conocer gente nueva y sólo agregaba uno que otro contacto, Selina se había quedado en el correo anterior). Ni bien la agregué apareció en línea y empezamos a chatear; tenía que salir pronto a la universidad y acordamos encontrarnos el lunes para tomar un yogurt y helados en una cafetería conocida.



Esperé con ansias toda la semana aguardando por el lunes, aguardando por Selina. Mientras trabajaba pensaba en ella, y en cada ratito libre entraba a su facebook para ver sus fotos, y hasta imprimí algunas cartas que nos escribíamos cuando ella estaba de viaje en Ancash (muy ‘hincha’, ¿cierto? Yo me decía a mí mismo que era un plan metódico para estar bien preparado). Y al fin llegó el lunes.


Los lunes son mis días libres, en ese día no tengo que ir a trabajar ni a estudiar, así que están destinados para estudiar de emergencia o para descansar, levantarme tarde y hacer ejercicios y entrenar para el partido de fútbol del domingo (quiero recuperar mi nivel deportivo). Me levanté con una sonrisa en el rostro y la memoria de Selina, me bañé y miré mi reloj, contando las horas hasta que sean las cuatro de la tarde (hora pactada). Abro mi ropero, semidesnudo y con la toalla de Batman envolviendo mi cintura (a lo que has llegado, querido Batman), y me asusto al ver que no tenía ropa limpia adecuada, las únicas ideas en ese momento eran: a) Coger la ropa de mi hermano menor, o b) ir de compras de emergencia. Opté por lo segundo. Ese era el día, después de año y medio de celibato, así que necesitaba indumentaria nueva, lo malo es que tengo pésimo gusto para vestirme, y a falta de tan pocas horas ya no tendría tiempo de convocar a alguna amiga que me acompañe a comprar ropa, sólo una chica disponible y cerca, pero era consciente que se enfadaría si le contaba la razón de las compras, así que llamé a uno de mis últimos leales amigos, a mi camarada, a mi defensa dentro y fuera de las canchas de fútbol, al buen Jon. Fui hasta su casa, y toqué a su puerta.


- Jon, cámbiate de inmediato, vamos a jugar ‘play’ (station) y… a comprar ropa (todo eso sonó muy gay, lo admito).


Yo asumo que él también estaba tan incómodo como yo, ya que mientras caminábamos hacia el centro comercial ninguno hablaba, y luego de un prolongado período de abstinencia verbal, él dijo:


- Guille, pero, la próxima vez haz como el GatoJuan: dile a una amiga que te acompañe.
- Sí, lo entiendo buen Jon, pero es de emergencia, créeme, y yo no confío en mis gustos.





Sí, él era el mejor de los defensas, pidiendo rebajas ante los montos lanzados por las vendedoras, poniendo cara de desaprobación cuando alguna de esas chicas, con afán lucrativo me decían: “Se le ve muy bien, joven”. Y luego fuimos a un Tottus de la zona para las últimas pinceladas, y recorriendo el supermercado con nuestro carrito, haciendo la primera parada para comprar la espuma de afeitar, se me vino a la mente un comercial de ‘Gillete’ donde sale Kaká a punto de ejecutar un tiro penal y un joven brasileño en paralelo intentando acercarse a una chica muy guapa: “En esos momentos la indecisión nos invade…” Kaká prepara el balón, el joven se acerca a la chica… “Pero llegada la hora, ¿qué prevalecerá?”… ¡Gol!


- Tiene que ser la máquina de afeitar que usa Kaká, Jon, si no e esa no podré hacerla con mi amiga hoy.
- Todo lo que hace el marketing –respondió él, y es que es estudiante de marketing-.






Llegué a casa corriendo porque ya estaba retrasado, corrí para darme el segundo y definitivo duchazo, me serví velozmente mi almuerzo, desenvainé (como Arturo blandiendo por vez primera a su Escalibar) mi máquina de afeitar de Kaká, le quité cuidadosamente los stickers a la ropa recién comprada y me la puse encima, luego el agua de colonia y corrí a por la Daewoo, pidiéndole a Dios llegar temprano.


Al parecer Dios me había oído, al parecer, ya que me dio las tres y cuarenta y cinco en el Óvalo de José Granda, y en quince minutos exactos llegaría hasta la cafetería cerca de la San Marcos, apenas llegaría con unos cinco minutos tarde, pero como las chicas disfrutan llegando diez o quince minutos tarde, Selina no lo notaría. Pero Castañeda –alcalde de Lima- otra vez se interpondría entre mi intento de ser feliz, y otra de sus maniobras de destrucción masiva de Lima Metropolitana había bloqueado totalmente el pase, y los autobuses avanzaban, uno por uno, apenas diez metros cada diez minutos, y mi reloj ya marcaba las tres con cincuenta y cinco minutos cuando decidí lanzarme a la autopista y empezar a correr. Atravesé el óvalo de José Granda, la avenida Perú, el puente del río Rímac, y ahí recién pude ver que algunos carros ya podían correr libremente, abordé el primero a toda velocidad, sintiéndome muy Peter Parker, bobo, intentando llegar a tiempo a una cita con Mary Jane.





El reloj ya marcaba las tres con treinta y siete minutos cuando yo bajé y aún tenía que seguir corriendo ya que, gracias –otra vez- a Castañeda Lossio, ahora los carros no te dejan en la misma San Marcos. Un tipo me putamadreó por arrollarlo en mi carrera desesperada, trate de divisarla, había mucha gente, me metí a la autopista para poder correr libremente, cuando por fin la vi y ella me vio. No me detuve, seguí corriendo, sudando y con el cabello totalmente despeinado (la máquina de afeitar funcionaba, al menos futbolísticamente, ya que corrí más que el Loco vargas, más rápido que Kaká), ella me sonrió y con el dedo índice moviendo de derecha a izquierda me hacía ‘no, mal chico’; y no se me ocurrió nada más estúpido, ya que estaba exhausto, de abrazarla y pedirle perdón… ¡vaya galán!



Post Scriptum:

* Esta canción, que me la enseñó mi líder de célula, Roxana, se me ha quedado en la cabeza hasta el punto de escucharla cada vez que tengo problemas o estoy a punto de hacer algo malo, está inspirada en el pasaje bíblico: “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo…” (Proverbios 23: 4)














* El día domingo estábamos en medio del primer partido oficial después de mucho tiempo, empatábamos uno a uno, era el segundo tiempo extra, todos agotados, y mandan un centro hacia mi arco; un delantero de mi talla pero el triple de pesado corre hacia mi portería, corro para alcanzar la pelota antes que él, la adrenalina del idiota que corre con dirección a la luz al final del túnel (que generalmente es la luz del tren) invade mi ser. En ese momento la memoria de Roxana, mi líder de célula cantando la cancioncita de arriba viene a mi mente: “Aunque yo esté en el valle de la muerte y dolor, Tu amor me quita todo temor, Y si llego a estar En el centro de la tempestad, No dudare porque tú estas a aquí. Y no temeré del mal, Pues mi Dios conmigo está, Y si Dios conmigo está, ¿De quién temeré, de quién temeré?”… Me elevo con las manos hacia el cielo y cojo el balón, contento porque hace tiempo que no lograba atrapar la pelota (recordemos que estaba en período de decadencia), recordando que los mejores arqueros se muestran en los minutos finales, cantando en mi mente: “No, no, no me soltarás, en lo alto, en lo bajo…”; y el gordo no logra frenarse debido a la carrera y la desesperación de los minutos finales y me arrolla literalmente, y me veo, en el aire, siendo impulsado hacia atrás, pensando que si sigo en esa dirección la pelota entrará conmigo y el gordo al arco, y pensando que eso no puede ocurrir, y, al mismo tiempo, que si suelto el balón para defender mi cuerpo arriesgaré el juego… (¡Diablos, cómo duele!) ¿Usted recuerda esa imagen en donde Benji, ante una situación similar, es arrojado con todo y balón hasta el poste del arco? Pues yo fui lanzado similarmente pero con gordo encima, lo bueno es que no hubo gol. Inmediatamente después Jon se disfrazó de medio campista y aportó el gol de la victoria para nuestro equipo y, se nos abrió el cielo, y hasta anotamos otro más antes de que acabara el partido: victoria de tres por uno, por lo cual: ¡no estamos viejos ni acabados, señores! Mamis, encierren a sus hijas, porque hay chico rompecorazones para rato, y ni bien termine de recuperarme de este atentado contra mi integridad física volveré a las canchas.

viernes, 16 de abril de 2010

Érase una vez...

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“Es como si alguien te hubiese disparado con un cañón en las tripas dejándote un enorme agujero. Al final, empieza a cerrarse desde fuera a adentro… y un día, será diferente. La carga no será tan pesada. Y entonces oirás una canción, o alguien reirá, o el viento soplará en la dirección equivocada… y el agujero volverá a abrirse. Lo creas o no, se cura más deprisa cada vez. (…) No lo ‘superas’. Tienes que integrarla en tu vida. Aprender a vivir con ello. Pero… la vida mejora.”

- Fallen Son, Spiderman*



Y una vez más hago clic en ‘replay’ y vuelvo a escuchar –otra vez- la misma canción que voy oyendo desde hace media hora. El ejercicio es el mismo, ya lo he hecho antes, aunque antes me salió la mejor carta que haya escrito antes y nunca más; aumentar intensidades con la música, como si el teclado se convirtiera en un piano y mi tacita con café (regalo genial de Roxana) en vino (total, si Jesús en un estado de ánimo estable convirtió sin mucho esfuerzo el agua en vino, ¿por qué yo no, con melancolía extrema, no puedo transmutar la cafeína en alcohol de uvas negras). De todas formas sabía que terminaría así, escribiendo, pero el post iba a ser totalmente distinto, más colorido, como una canción llena de esperanza, narrando cómicamente el reencuentro casual pero excitante con una vieja amiga y una cita que le saqué, a tiempo récord 007, para la próxima semana, y, quizá, cerrar la entrada de la semana en este blog con un comentario alegórico a mi gloriosa U que allá en Buenos Aires extrajo un punto plateado que debería llenarnos de orgullo, pero, en fin, las cosas no siempre salen como esperamos.








Llego temprano a casa después de un arduo día de trabajo. Un malestar cardíaco y el recuerdo de no haber pagado mi seguro clínico universitario inclinaron mi juicio hacia mi casa en vez de hacia la universidad. “Ya me pondré al día”. Abro famélico la puerta del jardín y recibo la embestida de mi perro Lennon, nadie más en casa, sólo Lennon y yo. Caliento el almuerzo, el perro se pone a jugar con mi camisa de trabajo (“Total, es viernes”) y la computadora empieza a cargar. “Hoy toca escribir en el blog”, pienso, y con una sonrisa morbosa adjunto a la anécdota de mi próxima cita la foto de Selina tomando sol en la playa, y cómo mi jefa entró a mi oficina y me descubrió viendo embobado esa imagen en el ‘facebook’, y siento que Lennon está ahí, riéndose conmigo, no sé si porque leía mi mente o porque acababa de destrozar mi camisa guinda, pero ahí él, riendo, mi leal can. El plato de arroz con pollo en el escritorio y no sé por qué inicio sesión en el Messenger en vez de ir directo a la hoja en blanco del blogger.com.













- ¿Haciendo hora hasta que empiecen tus clases porque tienes miedo de entrar en tu facultad? –aparece la ventanita del Chat, el nick me dice que es Jon, un amigo del colegio.
- No, hoy me sentí mal y decidí tomarme el resto del día para escribir y recuperar fuerzas.


Abro el blog con la intensión de narrar mi nueva aventura con el sexo opuesto, pincho un trocito de carne con el tenedor y el ‘tucutín’ me interrumpe…


- Mira este video, Guille –y añade un enlace a youtube.
- Vale, le echaré un vistazo.





En realidad eso lo escribí por cumplir, ya que no confío mucho en los gustos musicales de mi buen amigo Jon, además yo ya estaba preparando mi propia música y Lennon y yo nos preparábamos para cantar aquel himno de ‘Los Prisioneros’, ‘El baile de los que sobran’ (yo iba a ladrar mientras que Lennon la haría de Jorge González)… ‘Tucutín’.






- Luego me das tu opinión acerca del video.






O sea, quería que, pa’ remate, vea el video clip; escucharlo no bastaba. “OK”, le respondí y clickeé el enlace. La canción no era conocida, la cantante menos, pero desde ya mi prejuicio descalificó (o calificó negativamente) el nombre, tanto de la canción como de la artista, sólo restaba ver el musical.






Sonrío ligeramente, como cual hermano mayor escucha las confesiones del torpe enamorado hermano menor. “¡Ay, Jon para sentimental!”, pienso sin poder decírselo y sigo sonriendo, porque quién no escucha canciones cursis o se comporta como un bobo cuando está enamorado… Se me ocurren dos frases a continuación: 1. “El que no se haya enamorado alguna vez en su vida lance el primer ‘cállate, baboso’”, y 2. “Aquel que no está dispuesto a parecer estúpido no merece estar enamorado”. Y dibujo mentalmente a mi pata Jon en el otro lado del monitor esbozando una sonrisa, esperando que le escriba “Está chévere tu video, hermano”. Pero sólo le envío un zumbido en señal de ‘triple cachetada; reacciona, Jon’ y añado un emoticono que ríe (algo así: =D ), porque en realidad yo estaba riéndome, y no porque me considere un insensible que escupe al amor y todas sus penosas manifestaciones, sino porque alguna vez yo también estuve enamorado, allá hace cuatro años, y creo que era tan o más cursi que mi amigo, y hasta escribía poesía con una rima tan forzada como tonta –aunque sincera y tierna-, e inventaba frases huachafas, enviaba mensajes de texto por el celular todo el día, etc.


- Tengo que aprender a pelear, Jon – le escribo por el Chat en alusión a su video.
- Yo también, Guille, de mis doce peleas que he tenido sólo he ganado dos –me responde, y yo sospecho que en esos momentos debe estar recordando nuestras peleas de cuando estábamos en el colegio. Humildemente les digo que yo le gané todas nuestras peleas (que fueron varias), pero debo reconocer que el golpe que en seco más me dolió fue un derechazo que el conectó en toda mi sien, casi casi me deja fuera de combate.
- Pero yo he sido un cobarde, Jon –le digo-, yo he ganado todas mis peleas, menos una –y empiezo a recordar-, todas, pero porque siempre peleaba aquellas en donde estaba seguro de vencer… He ganado todas, menos una (y termino la oración con emoticono sonriente con gafas oscuras. Ese es mi emoticono favorito, ya que oculta los ojos, uno ve la sonrisa pero no puede ver los ojos del emoticono; todo una bobería, lo sé).


“Y entonces oirás una canción, o alguien reirá, o el viento soplará en la dirección equivocada (o un amigo te enviará un enlace youtube por el Chat con un video que resucite al recuerdo)… y el agujero volverá a abrirse…”






Voy a por mi taza con café, regalo genial de Roxana, hago clic en ‘Replay’, le escribo a mi amigo Jon que su canción, que su video, me gusta mucho, le pongo cuatro pulgares ascendentes un calificación del cero al cinco, aunque sospechando que mi puntaje es en sobremanera subjetivo, y vuelvo a lanzar a mi emoticono sonriente con los anteojos oscuros. Y recuerdo…









“Gané todas mis peleas, menos una”… Aquella vez no falló mi preclasificación, cobarde, de oponentes, desde que lo vi entrar por la puerta de la cafetería sabía que no tenía oportunidad alguna de someterlo físicamente. Después de haber superado tantos problemas, malentendidos, obstáculos, estábamos juntos, oficialmente esta vez, y yo era el chico bobo más feliz del mundo. Celebrábamos nuestro primer mes juntos, oficialmente, con chocolatito caliente (en ese entonces aún no me entregaba a la cafeína) y esos jamones ingleses que a mí nunca me gustaron pero que ella me hacía comer. La cafetería era perfecta, siempre lo fue, el fondo musical del local era genial, como de película, poco creíble pero real en esas noches donde todo sugería un mundo de novela o de película animada de Disney, donde nuestra realidad superaba la ficción, y yo lanzo la frase más cursi y más repetida desde que el hombre tiene memoria: “Te amo”. HA HA HA Luego de aquella vez esa frase me pareció –y me parece hasta la fecha- de lo más cursi, de mal gusto, un mal chiste, y hasta sentía vergüenza ajena cuando algún amigo profesaba su amor por alguna mocosa de por ahí. Para mí, en esa noche, esa frase fue como endiablada, como un auto conjuro maligno, y en eso entra ese sujeto, desesperado, ladra algunas frases que yo no presto atención, hasta que escucho “Tú te vienes conmigo” y empieza a jalarla.










“Gané todas mis peleas menos una”… Lo cómico estaba en que mis otras peleas (las ganadas) eran estúpidas, muchas veces contra amigos, por algún partido de fútbol caliente, por salirme con la mía, porque algún idiota insultó a uno de mis amigos creyéndose superior por tener mayor número (esa frase de “conmigo somos dos contra tres, eso puede hacer más equilibrado esta pelea, ¿no crees, gordito?” era mi favorita); pero esa pelea en la cafetería, la más importante, la que tenía que ganar sí o sí, fue la que me retiró de los cuadriláteros callejeros.




- Me has traído recuerdos, Jon - le escribo a mi amigo.
- A mí también – responde, por lo que creo que hemos entrado en catarsis.







En las últimas mi única estrategia era tratar de no caerme, mantenerme de pie, como Rocky frente a Apollo (aunque mi rival tenía la talla del ruso y el cuerpo del negro de la tercera película), en la frontera, entre él y ella. “Ella no se va contigo, se queda conmigo”.






“Gané todas mis peleas menos una”… Pero esa noche en la cafetería, a pesar de haber perdido mi invicto, me sentí muy feliz. Generalmente, luego de una pelea, aunque ganada, uno nunca puede saborear la victoria ya que el enojo te priva de toda alegría, pero esa noche, a pesar de haber pintado de rojo el piso de la cafetería, yo estaba contento de que ella se haya quedado conmigo. Era yo tan baboso como Pegaso Seiya (sí, el caballero de bronce ese que caía antipático), y huachafo en extremo, ¡un gilipollas, pero feliz con la cara hinchada!... Fue la última vez que la besé.



He aquí el video que inspiró este post:











Post Scriptum:


* Mi amigo Jhonn, el que me envió el video, a diferencia de la historia, que es netamente ficticia, sí existe, y escribe, muy de vez en cuando, en este blog: http://www.jeasmkt.blogspot.com/

miércoles, 7 de abril de 2010

La Zapallal Liga de Campeones

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Este post está dedicado a los amigos del Cupestadio, y también, a Goldberg, al señor Carlos, al maestro del Shampoo y al primer arquero, señor … que en paz descanse.




Era ya el 25 de diciembre del 2003, en la madrugada, cuando abrí el regalo de navidad de papá y hallé, con asombro y alegría mucho, mi cámara fotográfica. Al año siguiente terminaba el colegio e iríamos, mis compañeros y yo, al Cusco como viaje de promoción; la cámara era necesaria. Sin embargo, en una carrera tecnológica como en la que nos encontramos, rápidamente mi cámara fotográfica fue desfasada por la cámara digital y la entrada del entonces célebre ‘Hi5’ que reemplazaba al clásico álbum de fotos familiar.








Como ya mencioné en post anterior, me estoy mudando, y en eso estaba –y aún estoy- cuando encontré un álbum de fotos capturadas por mi cámara -ahora un vejestorio-, y echado en mi cama (¡Caray! Eso último sonó muy gay) empecé a darle una ojeada y me detuve en las fotos de la ‘Zapallal Liga de Campeones’.









La ‘Zapallal Liga de Campeones’ era la liguilla de fulbito no profesional que tenía lugar en un barrio llamado Zapallal, en Puente Piedra; nuestro equipo participaba y el ‘Cupestadio’ era nuestro estadio oficial. Todo ello: los goles, las atajadas, y esas tardes gloriosas las empecé a revivir revisando cada página de aquel álbum en mi nueva baticueva.


Empezamos a jugar juntos cuando aún estábamos en cuarto de secundaria y todos nosotros éramos muy malos, ‘cojos’ para el soccer, todos menos Juan la Navaja Benites. Teníamos apenas quince años y debíamos luchar para que los grandazos (de veinte a cuarenta años) no nos boten de la canchita; fue así que empezamos a apostar: “Si nosotros ganamos, ustedes tienen que irse y nos dejan jugar”. Yo era el pequeño arquero, el cachorro Cancerberos que custodiaba nuestra portería junto a Pichón y a Viejo García, mis defensas; Manu en el medio Campo junto a Jorge Benites armando las jugadas, y Juan y Cupe nuestros delanteros netos, cartas de gol; y juntos nos tragamos pelotazos, tabazos, putamadreadas y hasta peleas en donde, por edad y estatura, terminábamos perdiendo. Juntos aprendimos a jugar mientras que nuestros rivales (hoy veteranos que se retiraron hace mucho del fútbol dominical en una loza de barrio) empezaron poco a poco a estrecharnos las manos y a llamarnos ‘Ñupi’ (más por nuestra corta edad que por nuestro juego colectivo).

Hoy escribo de pura nostalgia para rendirle culto y homenaje a aquellos días felices de zapatillas rotas, sudor y barro; antes de ser absorbidos por nuestras vidas universitarias, el alcohol, las mujeres y todo aquello que destruye la prometedora carrera de los jóvenes talentos del balompié nacional. Y porque aún guardo aliento y esperanza suficiente para cantar un último gol, ahora que ya ni recuerdo cómo patear una pelota y sólo me conformo con hacerle goles a mis cada vez menos amigos en el Winning Eleven, porque en aquellos tiempos un gol era el ingrediente único para la felicidad sin fronteras ni distinciones.





Este video es muy bueno, y la letra también muy paja, genial para este post.















ANUNCIOS:


1. Como ya se lo comenté a Nefertiti: mis clases han empezado, por lo que este blog carecerá de posts cotidianos… Si no redacto nada nuevo en, digamos, tres meses y medio, es porque no sobreviví a un año más en San Marcos. Kari querida, perdona por favor mis cada vez menos visitas en estos meses así como todas mis ausencias, pero la verdad es que… (yo soy Batman y por ello no podemos estar juntos).

2. A mis veintiún años ya me siento viejo y acabado, tanto para el fútbol como para la vida. Me iré al exilio, al Olimpo de los grandes Cancerberos de tres palos junto con Ibáñez, Zamora, Peruzzi, Óliver Khan, etc.

3. ¿La U clasificará a la siguiente etapa de la Copa Libertadores?