jueves, 25 de marzo de 2010

Mi nueva Baticueva

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“Hola, soy Peter. Todavía me estoy instalando en mi nuevo cubil, así que o bien estoy trabajando, o bien estoy recolectando comida, o atrapado bajo los escombros. Deja un mensaje y te llamaré cuando se despeje el polvo.”
- The Amazing Spiderman*






Siempre me gustó la casa de mi papá. Estaba ubicado en el segundo piso de la casa de mis abuelos, era una construcción incompleta. Mi abuelita solía contarme muchas anécdotas acerca de mi papá, y su casa (o su ‘Baticueva’, como a él le gustaba llamarla) era una de ellas.






La empezaron a construir mi abuelito, mi papá y su tío, mas la dejaron inconclusa, inhabitable, sin embargo, a manera de castigo, a guisa de prisión contra delincuentes adolescentes, mi abuelita lo encerraba ahí cuando se portaba mal. Pero ahí, como seguramente Bruce Wayne, entre las sombras, los pasadizos y las paredes sin tarrajear, mi papá le encontró un sentido, se sintió como en su hogar, y quizá comprendió que en ningún otro lugar se había sentido tan él mismo como en su baticueva, y recuerdo ahora una frase suya que de chico no entendí bien: “Es que, hijo, yo puedo dormir en muchos lugares, pero sólo aquí puedo descansar”.






En fin. Recuerdo que una de mis ex enamoradas me dejó por acusarme de carecer de ambiciones y planes de corto plazo, mientras que ella, un año menor que yo, ya pensaba con seriedad acerca de la maternidad, de conseguir un trabajo rentable que superara los quinientos soles mensuales y su independencia y un departamentito. Bueno, sé que cuando mi ex enamorada me decía todo ello no tenía precisamente en mente lo que poseo ahora pero, sí, al igual que mi papá cuando era joven, yo ya tengo mi propia baticueva, mi cuartito sin tarrajear, con baño, un rollito de papel higiénico, un lavabo y un foquito amarillo que representa a la luz eléctrica en el que he encontrado mi paz de sarcófago; parecido al laberinto del Minotauro, a la Casa de Asterión, en el que yo he instalado mi cubil y desde donde ahora os escribo. El domingo se canceló mi visita semanal a la iglesia, el partido de fulbito con los amigos, el playstation con mis primos, absolutamente todo ya que estábamos trabajando en la mudanza, en las últimas pinceladas a mi cuartito, desarmando, movilizando y volviendo a armar mi cama, mi ropero; removiendo mi cajoncito de los recuerdos y alterando el orden de mis cómics y libros para ubicarlos en su nueva biblioteca. Tenemos baticueva nueva.
Acá os dejo con una canción del mismísimo Enrique Bunbury (que le gusta mucho a mi amiga Nefertiti) que compuso para la película animada 'Los Aristogatos'.






ANUNCIOS:

  • Bueno, en esta ocasión sólo para agradecer a Sandra Cu del blog 'Maestro Kiwi' (http://www.casiundiaperfecto.blogspot.com/) , ya que sin sus pericias cibernéticas este blog simplemente no funcionaría (y es que soy un cero a la izquierda con esto de las computadoras).
  • Bueno, tuve un percance con el administrador de 'hotmail' por lo que nos hemos trasladado a 'gmail', este es el nuevo correo para cualquier eventualidad: jguillelt@gmail.com

jueves, 18 de marzo de 2010

En memoria de mi teléfono móvil

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De no haber sido por ella ni a balazos me hubieran hecho salir del trabajo con dirección a mi universidad aquel lunes, y no tanto porque soy un vago y me gusta faltar a clases, sino porque era mi cumpleaños, aquel día del año donde se hace mi voluntad, y mi gran voluntad es la del lobo solitario, la de hacerla de fantasma, la de pasar desapercibido, alejado de la gente que me conoce, pero como buen fantasma (como el de la Ópera), acompañado de una chica, eso no podía faltar en mi cumpleaños; al quinto infierno las tortitas adornadas con cursis velas y ese cántico que, para ser sincero, me gusta entonar mas no me agrada que a mí me lo dediquen; todo ello, y los amigos de una vez al año se pueden quedar en casa chateando o frente al televisor, pero la chica siempre es esencial, y ya es un ritual sagrado para mis cumpleaños: cada año una chica diferente, desde que cumplí los quince. Y es que nunca me gustaron las fiestitas sorpresas. Aún recuerdo con algo de vergüenza cuando me escondí en la azotea de mi colegio primario porque mi mamá y mis tías me llevaron la torta al colegio, pero en fin, ese es el punto. Ahí estaba, yendo a clases en el día de mi cumpleaños, encaminándome al salón de Derecho Minero sólo porque ahí me encontraría a Alexandra. Ella no era tan sólo la ‘chica cumpleaños de Guille 2009’, sino que era ‘la chica’, la única a la que le aceptaría una torta por el resto de mis años, desde las veintiún velitas hasta las setenta y siete. Cada paso lo marcaba seguro, pisando fuerte, ya que, deleitándome en la memoria, a ella siempre le agradó –en años anteriores, cuando apenas nos conocíamos- sorprenderme con un abrazo repentino que muchas veces me hacían perder el equilibrio (querido lector, hacerse la imagen de la legendaria ‘lanza’ que aplicaba Goldberg a sus rivales de la lucha libre), ¡cuánto más en mi cumpleaños! Entré al salón algo confundido, me senté a su costado y, ante mi asombro, sólo me quedó escuchar la clase íntegra, de mi cumpleaños apenas un ‘hola’.







Teníamos un break de cuarenta y cinco minutos antes de iniciar con la siguiente clase (y de ahí seguía otra más hasta las diez y media de la noche), así que aproveché para invitarla de manera personal a mi propia fiesta sorpresa:

- Ale, hay que ir al cine, ¿qué dices?
- No, tenemos clases.

(‘Pero es mi cumpleaños’, quise gritarle, pero utilizar la vieja técnica de la lástima al cumpleañero me parecía una bajeza, en especial con ella, mi orgullo no se doblegaría a tanto)

- ¿Y si vamos a tomarnos un café?
- No tengo hambre.

(‘¿Y mi tortita o quequito de cumpleaños?’, me hubiera gustado preguntar, pero no)




Ahí, junto a ella, me quedé los siguientes cuarenta y cinco minutos restantes, pensando en, extrañando mi torta, queriendo, anhelando con desesperación de náufrago que mi mamá me sorprendiera tocando la puerta de mi clase de Derechos Humanos con mis tías y mi torta de cumpleaños, y quizá un muñeco de Pikachu con globos y que me coloque una gorrita estúpida sobre la cabeza.

- Guille, ya es hora, volvamos a clases.
- Anda sola, Ale, yo tengo que ir a otro sitio.
- ¿A dónde?
- A cantarme por ahí mi ‘Happy Birthday to me’.





Mientras cruzaba por la puerta tres y un cuarto de la universidad de San Marcos (sí, puerta 3 ¼; no es nada mágico como en la estación de Harry Potter, sino es más una necesidad gracias a los trabajos destructivos de nuestro siempre querido alcalde Luis Castañeda Lossio) sabía lo que pasaría: Alexandra me llamaría al celular, yo no podría colgarle ya que, supuestamente, no estoy molesto con ella, no, yo contestaría y ella me diría que vaya a clases, yo le diría que se viniera conmigo, ella jamás vendría conmigo así que a mí me tocaría mover: si iba, terminaría yo aún más resentido, y si no iba le daría excusas a ella para que se peleara conmigo, y, tras más de un año de guerra fría entre ella y yo, no quería más conflictos, así que apagué mi celular, lo apagué como tantas veces cuando quería estar solo, inencontrable; porque los teléfonos siempre fueron viles conmigo -salvo en el 2007-: siempre me dieron malas noticias, porque jugando con el celular de mi primera enamorada (y, lógicamente, mi primera ex) leí que ella no me quería como yo a ella; porque cuando ya estaba bañadito, perfumado y talqueado para mis citas más importantes mi celular sonaba anunciando, vía mensaje de texto, que ‘un percance imprevisto se interpuso y que ya no podremos vernos hoy, lo lamento mucho, Guille’, porque mi jefa (la abogada para la que trabajo) siempre detenía mis escapes vía teléfono móvil imponiéndome alguna otra tarea, importante y de último minuto; porque mis ex enamoradas siempre timbran cuando yo estoy con alguna otra chica despertando los celos de ésta y echando a perder la velada; nunca sonó (mi celular) cuando yo le suplicaba algo de compañía, jamás me contestaron alguna llamada de auxilio, y cuando lo hicieron sólo me decían que ‘en estos momentos es imposible vernos, Guille’, etc. Apagué el celular y deambulé por el caminito que aparentemente conduce a la Católica (y es que realmente conduce a otros sitios) y me compré un helado de cinco soles… Feliz cumpleaños a mí, Feliz cumpleaños a mí; Feliz cumpleaños, querido Guille, Feliz cumpleaños a mí…




Llegué al paradero de mi casa cerca de la media noche, aún me quedaban algunos minutos de cumpleañero cuando decidí encender mi móvil; ya era imposible salvar mi vigésimo primer cumpleaños pero al menos quería saber quién se acordó y envió un tímido saludo vía SMS; mentalmente, yo hacía apuestas conmigo mismo tratando de adivinar quién mensajeó y quién no. En fin, como ya lo había previsto, ella había llamado, y no solo una vez, sino varias, quizá tenía alguna sorpresa para mí después de todo y yo lo eché a perder (y es que, como siempre dice ella: “Tú siempre tienes la culpa, Guillermo, todo lo arruinas”). Llamo y me doy con la sorpresa que ella también apagó el celular, la contestadora contesta (¡vaya redundancia!).




“Hola, Alexandra, perdóname (¿’Perdóname’ por qué, por no entender que tus clases eran más importantes que mi cumpleaños?), sólo quería andar solo, tú sabes cómo me pongo yo de…

Y en eso alguien corre hacia mí con su mano estirada con dirección a mi oreja, yo logro agacharme, el sujeto queda delante de mí…

“Ale, bueno, me jodieron, Ale... No te preocupes, estaré bien, te llamaré ni bien llegue a casa… desde un teléfono público…

El tipo se abalanza contra mí mientras que yo le digo que se lo tome con calma, pero en ese momento recordé algo, quizá algo que en ese momento no debí recordar: a ella, hacía unas semanas atrás, también la asaltaron mientras conversaba conmigo por el celular, y ella se enfrentó al ladrón porque, según dijo, ‘era una street fighter’. Yo también quería ser un street fighter, además ella estaba conmigo (bueno, su contestadora estaba conmigo), no me podían dar una paliza estando su contestadora presente, estando Chun-Li presente, o al menos su contestadora; Puñetero, ladrón de pacotilla, no me vas a robar el día de mi cumpleaños. Y me fui a darle de cabezazos y puñetes, y una ‘patada biónica’ también...




Terminé golpeado y sin celular, lo más bochornoso es que mi pelea junto a mis desesperados alaridos de hombre caído en pelea callejera quedaron grabados en su celular (¡maldita tecnología!); y es que en Street Fighter’ las peleas eran de uno contra uno y a mí me cayeron de a cuatro.

Ese celular fue un regalo de cumpleaños por parte de mi papá, era un ‘sapito’ Motorola, me lo dieron en el 2006 por haber ingresado a la universidad Mayor de San Marcos, todos los amigos que conocí fueron registrados en la agenda de ese celular, todos los amigos que perdí enviaron sus insultos y putamadreadas a ese, mi celular, a aquel aparatito que, a pesar de odiarlo, me había sido leal por todos esos años y que ahora ya no está... Porque aún recuerdo -como si te estuviera viendo- aquellos mensajes del 2007, aquellas charlas de medianoche gracias a nuestras promociones, aquellos timbrazos que recibíamos en tiempo de desgracia y que casi nos costaron mil y un infartos, porque estuviste ahí cuando la telepatía nos empezó a fallar... ¡Gracias!

ANUNCIOS:

  • En este tiempo de infertilidad literaria (del que aún no salgo, ya que este improvisado post en particular es desastroso cuanto menos) fuimos (el blog y yo) visitados por gente nueva; a ellos les envío mis sinceras disculpas por este pobre texto (ya habrán tiempos mejores) así como les doy la bienvenida. Entre estos visitantes, quiero mencionar y agradecer a Silvio y a su papá, argentinos ellos, quienes me invitaron a jugar ajedrez en línea con ellos. La página de Silvio es entretenida para los que gustan del ajedrez, pudiendo competir tanto amistosamente como en campeonatos, por correspondencia. La página es esta: http://www.opengames.com.ar/

  • Les dejo también un video de Los Hombres G, como para hacerla de fondo musical, la canción se titula Hace un Año: