“Eres la bruja del mal más linda y tierna del espejo hablador, y debes saber que a tu conjuro respondo con una flor”
- Entre los Árboles, Mar de Copas*
A los amigos de mis terapias en inglés: a Katherine, la miss Úrsula y, sobre todo, a Melissa.
A los amigos de mis terapias en español: a Paola, a Pichón (perdón, Jonathan), a Juan y a David.
Claro que había recorrido el mismo camino tantas veces, aunque confesaba para sí mismo que el año pasado había dejado de hacerlo con esa frecuencia que en otra época podía tomarse como religiosidad, un respeto como hacia algo divino con cada paso que marcaba, y sin embargo sabía que nunca como el primer año; el mismo camino, los mismos árboles, ese gras, quizá ya no se instalaba aquella feria en donde ella le compró su sombrero de Indiana Jones, pero se podía decir que el lugar era el mismo, pero no para él; levantó el rostro para respirar (como si viviera sin hacerlo), para sentir las hojas cayendo, pero cayendo verdes, llenas de vida, y se detuvo a recordarlo bien y se dijo que no, que no caían, ese día las hojas volaban, y reconoció el árbol en seguida sintiendo que sus ojos se humedecían, “Debo haber bostezado –se repitió porque consideraba improbable el llorar después de tantos años-. Perdóname –le dijo al árbol torcido-, no he tenido tiempo de visitarte”. Se detuvo a pensar en eso último: “¿No he tenido tiempo?” Y se dio cuenta que estaba ocurriendo, no, no el sollozo, sino algo peor: perdía el tiempo estudiando, y ahora se sumaba el trabajo como profesorcito en su ex escuela, y recordó también su tiempo de escolar, todas esas tardes descansando bajo la sombra de aquel árbol, en ese parque, pero la reunión estaba incompleta, faltaba ella, y se disculpó ante el árbol también por su ausencia: “A ella no le interesa venir si es que no es como esa mañana, perdónala, sabes bien cómo es de caprichosa, y sabemos, tú y yo, que nosotros no hemos sido los mismos; yo he perdido ese algo que tanto le gustaba y simplemente tú ya no eres ese lugar, hemos cambiado”. Dentro de unos días se cumplirían nueve años, nueve años recorriendo los mismos lugares sin poder reconocer los de la primera vez, los del primer paseo en aquella dimensión paralela, ¿cómo volver?, y otro acertijo bajo el atardecer: y si volviera, ¿qué título le pondría? Y escuchaba en su mente aquellas canciones. ¿Entre los árboles? –se preguntó al recordar la canción que ella le había dedicado-. Dio un sorbo a su botella de agua y miró su reloj de bolsillo sonriendo orgulloso al preguntarse a sí mismo cuántos peruanos además de él tendrían relojes de bolsillo; faltaban algunos minutos más, ella no tardaba en aparecer, entre los árboles… entre los árboles, quizá sería el título adecuado. Esta vez venía preparado, sabía bien que, a pesar de lo acordado, no habría sexo, no habría beso, pero habría magia entre los árboles, porque ya estaba seguro: el título sería ese, y ya no tendría que romperse la cabeza pensando en el fondo musical, bebió otro sorbo y arrojó la botella en el tacho de reciclaje mientras se regañaba al pensar que odiaría tomar agua de una botella reciclada, pensó en remangarse la camisa e introducir su brazo a recuperar su botella para terminar arrojándola a un tacho común, pero no, ella no tardaría en llegar. Ya habían venido haciéndolo desde hace unas semanas; ella salía del trabajo directo para allá, él terminaba de dictar sus clases en aquel colegio que tanto odió de niño y no esperaba más para salir a esperarla. “Quizá esta vez funcione porque hoy hay luna llena, quizá hoy debamos volver a recorrer este camino, como aquella vez, y quizá la dimensión paralela resulte abriéndose, como aquella vez, hace nueve años”. Y estaba seguro de que esa noche era la indicada para volver a descansar sobre ese gras, bajo esos árboles, como antes, cuando no pensaban en trabajar, ni en estudiar, cuando aún tenían tiem-po; y se asustó al llegar a la conclusión que la inmensa mayoría emplea casi todo su tiempo en trabajar para vivir, y la poca libertad que les queda les asusta tanto que hacen cuanto pueden por perderla. Hoy es el día, o la noche; no habrá sexo, no habrá beso de amor eterno, pero es el día. Volvió a mirar su reloj, ella tardaba, pero sabía que llegaría, Ella siempre llega, y aprovechó para darse el último visto: zapatos lustrados, la camisa sin arrugas, y un pensamiento frío cruzó su mente; abrió su mochila, el bolsillo más pequeño, y sacó su pequeño sombrero casi acariciándolo, como si fuera una prenda valiosa, colocándolo con delicadeza en la cadena que colgaba de su cintura, y la vio llegar, el título había sido el adecuado.
¿Por qué tiene que ser tan difícil? –Se preguntó en su mente mientras interrumpía su “Hola”, creía que así no tendría que decir “Adiós”- Ya sabía cómo empezaría, el único misterio sería el final, porque a veces ella decidía que las flores tienen que ser púrpuras o a veces blancas, ¿cómo saber? Ella se quejaría de sus pies, andar con tacos todo el día era un arte ya perdido hace mucho. Ella había pedido rosas, bombones y su respectiva carta de amor eterno; él creía tener algo mejor. Sacó de su mochila un par de medias y unas zapatillas, cogió uno de sus pies retirando los zapatos de oficina y colocando la primera media, lo mismo hizo con el segundo hasta terminar atando las agujetas. “Te sentirás más cómoda así, Cenicienta”, cogió los zapatos de tacón y empezó a caminar. Recordó aquella noche, hace tanto tiempo ya, en donde pelearon y resultaron retirándose por caminos opuestos, él había llegado ya a su paradero cuando ella apareció diciendo que había perdido su billetera, quizá en el restaurante donde almorzaron, y salieron corriendo en busca de la billetera perdida; todo había sido un truco esa vez, ella tenía la billetera en su bolsillo, y en el fondo él lo sabía, pero se dejaba llevar por esa mano cálida, y habían sido esas mismas zapatillas las que dirigieron sus pasos aquella noche, por eso le pareció tan buena idea lo del cambio de calzado. Ninguno de los dos hablaba, sólo seguían el camino. ¿A dónde nos guiarán mis zapatillas? –Se preguntó él, cuando vio con asombro que ella se dirigía a aquel árbol de antaño-. ¿Estás segura que quieres volver? Ella afirmó con la cabeza mientras señalaba el cielo, las nubes se movían rápidamente, extrañas; el viento soplaba como aquella vez, y sin embargo no hacía frío, la temperatura, todo igual, ninguno dijo nada pero ambos reconocieron el lugar. Metió su mano al bolsillo y la sacó convertida en puño. ¿Qué tienes ahí? –Preguntó ella-, él dijo que no tenía nada, ella no le creyó, empezaron a forcejear, a reír, ella aprovechó el forcejeo para forzar un abrazo, él se distrajo, ella casi habría su puño, utilizó sus piernas, cayeron sobre el gras, por supuesto él se aseguró de caer abajo para que ella no se lastimara, rieron, el árbol los cobijaba. “Hoy no habrá sexo, tampoco beso de amor, pero hoy es la noche”, volvió a pensarlo. ¿Compraste condones? –Preguntó ella-, él sonrió sabiendo que esa noche no habría sexo, ni beso…
En la mañana habían estado jugando “Verdad o Castigo”, y había sido obligado a confesar que era casto, por lo que sus amigos lo habían estado batiendo todo el día. Ya en la tarde volvió a encontrarse con ella, lo acompañó a comprarse una nueva baraja de cartas, luego caminaron de la mano, ella lo besó mientras con sus manos le dejaba algo. “Eso es un condón, guárdalo bien, pero no en tu billetera porque puede estropearse, ponlo en el bolsillito de tu mochila; guárdalo, es posible que algún día lo necesitemos”.
Recordó aquella mañana con una sonrisa nostálgica, los ojos se le humedecieron, ella vio sus lágrimas iluminadas de amarillo por los faroles del alumbrado público y pensó Yellow, y él creyó estar Blue blue blue, pero no, estaba feliz, era un sentimiento erróneo: estar feliz pero derramando lágrimas, y ella sólo pensaba en las estrellas amarillas que salían de sus ojos. No compré ningún condón –respondió él mientras abría su puño-, ¿lo recuerdas?, es nuestro condón virgen. Ella sonrió. “… No habrá sexo ni beso de amor eterno…” Se echó encima de él, sabiendo también que no habría sexo ni mucho menos un beso, pero igual besó su nariz; la noche de la semana pasada la había mordido, por lo que él no pudo evitar fruncir el ceño de temor, pero sin retirar la nariz de su boca, pero esta vez fue delicado, y no sabía si se había equivocado al pronosticar que sería la noche pero que no habría beso, ¿Es esto un beso? –Se preguntó-, antes de esa noche hubiese contestado que no, pero en ese momento lo dudaba, incluso hasta tenía los ojos cerrados, ella no lo había pensado pero se sorprendió al sentir que su afecto era respondido, como si él la estuviese besando con la nariz, y ella también tenía los ojos cerrados. Él recordaba cuando estaba en el colegio y todos sus compañeros lo molestaban de narizón, sonrió feliz con su propia broma.
Cáncer: Ser imaginativo y solitario, inteligente, melancólico, creativo, cariñoso, vampiro de amor.
Nítidamente recordaba sus conceptos y sus frases de carné de aquel año en que la conoció, bajo ese mismo árbol: “La intensidad de una pasión se mide por la soledad que la precede”; él había subrayado esa frase en su cuaderno, lo había resaltado. “¿Qué es la felicidad?” pensó. Miraban las estrellas y las ramas de los árboles, disparándoles con sus dedos cuando ella recitó: “Estar en un lugar, y no querer moverse”. La telepatía nuevamente había funcionado entre ellos; eso era la felicidad, él era feliz en ese momento. Le habían dicho que era un vampiro de amor, definitivamente jamás imaginó que eso sería tan literal como para sólo poder verla una vez a la semana, sólo de noche, sólo unas horas, como a la Cenicienta, y el reloj de bolsillo presionaba, y supo la respuesta del porqué los peruanos inteligentes no llevan relojes en el bolsillo, “Tiempo”, volvió a temer que se estaba convirtiendo en un esclavo del reloj, ella ya estaba de pie y pronto él también lo estaría, sacó una carta de su baraja y lo dejó junto al árbol, ella sólo lo observó, no preguntó.
Epílogo
- Se sienten muy cómodas tus zapatillas, te las devuelvo el próximo viernes.
- No olvides tus zapatos.
- Me llevo uno, tú tienes que quedarte con el otro, narizón, sino ¿cómo vas a encontrarme?, ¿no recuerdas el cuento?
- Es verdad.
- ¿Qué dejaste en el árbol?
- Un siete de corazones.
Guillermo López
www.alanocturna007.blogspot.com
- Entre los Árboles, Mar de Copas*
A los amigos de mis terapias en inglés: a Katherine, la miss Úrsula y, sobre todo, a Melissa.
A los amigos de mis terapias en español: a Paola, a Pichón (perdón, Jonathan), a Juan y a David.
Claro que había recorrido el mismo camino tantas veces, aunque confesaba para sí mismo que el año pasado había dejado de hacerlo con esa frecuencia que en otra época podía tomarse como religiosidad, un respeto como hacia algo divino con cada paso que marcaba, y sin embargo sabía que nunca como el primer año; el mismo camino, los mismos árboles, ese gras, quizá ya no se instalaba aquella feria en donde ella le compró su sombrero de Indiana Jones, pero se podía decir que el lugar era el mismo, pero no para él; levantó el rostro para respirar (como si viviera sin hacerlo), para sentir las hojas cayendo, pero cayendo verdes, llenas de vida, y se detuvo a recordarlo bien y se dijo que no, que no caían, ese día las hojas volaban, y reconoció el árbol en seguida sintiendo que sus ojos se humedecían, “Debo haber bostezado –se repitió porque consideraba improbable el llorar después de tantos años-. Perdóname –le dijo al árbol torcido-, no he tenido tiempo de visitarte”. Se detuvo a pensar en eso último: “¿No he tenido tiempo?” Y se dio cuenta que estaba ocurriendo, no, no el sollozo, sino algo peor: perdía el tiempo estudiando, y ahora se sumaba el trabajo como profesorcito en su ex escuela, y recordó también su tiempo de escolar, todas esas tardes descansando bajo la sombra de aquel árbol, en ese parque, pero la reunión estaba incompleta, faltaba ella, y se disculpó ante el árbol también por su ausencia: “A ella no le interesa venir si es que no es como esa mañana, perdónala, sabes bien cómo es de caprichosa, y sabemos, tú y yo, que nosotros no hemos sido los mismos; yo he perdido ese algo que tanto le gustaba y simplemente tú ya no eres ese lugar, hemos cambiado”. Dentro de unos días se cumplirían nueve años, nueve años recorriendo los mismos lugares sin poder reconocer los de la primera vez, los del primer paseo en aquella dimensión paralela, ¿cómo volver?, y otro acertijo bajo el atardecer: y si volviera, ¿qué título le pondría? Y escuchaba en su mente aquellas canciones. ¿Entre los árboles? –se preguntó al recordar la canción que ella le había dedicado-. Dio un sorbo a su botella de agua y miró su reloj de bolsillo sonriendo orgulloso al preguntarse a sí mismo cuántos peruanos además de él tendrían relojes de bolsillo; faltaban algunos minutos más, ella no tardaba en aparecer, entre los árboles… entre los árboles, quizá sería el título adecuado. Esta vez venía preparado, sabía bien que, a pesar de lo acordado, no habría sexo, no habría beso, pero habría magia entre los árboles, porque ya estaba seguro: el título sería ese, y ya no tendría que romperse la cabeza pensando en el fondo musical, bebió otro sorbo y arrojó la botella en el tacho de reciclaje mientras se regañaba al pensar que odiaría tomar agua de una botella reciclada, pensó en remangarse la camisa e introducir su brazo a recuperar su botella para terminar arrojándola a un tacho común, pero no, ella no tardaría en llegar. Ya habían venido haciéndolo desde hace unas semanas; ella salía del trabajo directo para allá, él terminaba de dictar sus clases en aquel colegio que tanto odió de niño y no esperaba más para salir a esperarla. “Quizá esta vez funcione porque hoy hay luna llena, quizá hoy debamos volver a recorrer este camino, como aquella vez, y quizá la dimensión paralela resulte abriéndose, como aquella vez, hace nueve años”. Y estaba seguro de que esa noche era la indicada para volver a descansar sobre ese gras, bajo esos árboles, como antes, cuando no pensaban en trabajar, ni en estudiar, cuando aún tenían tiem-po; y se asustó al llegar a la conclusión que la inmensa mayoría emplea casi todo su tiempo en trabajar para vivir, y la poca libertad que les queda les asusta tanto que hacen cuanto pueden por perderla. Hoy es el día, o la noche; no habrá sexo, no habrá beso de amor eterno, pero es el día. Volvió a mirar su reloj, ella tardaba, pero sabía que llegaría, Ella siempre llega, y aprovechó para darse el último visto: zapatos lustrados, la camisa sin arrugas, y un pensamiento frío cruzó su mente; abrió su mochila, el bolsillo más pequeño, y sacó su pequeño sombrero casi acariciándolo, como si fuera una prenda valiosa, colocándolo con delicadeza en la cadena que colgaba de su cintura, y la vio llegar, el título había sido el adecuado.
¿Por qué tiene que ser tan difícil? –Se preguntó en su mente mientras interrumpía su “Hola”, creía que así no tendría que decir “Adiós”- Ya sabía cómo empezaría, el único misterio sería el final, porque a veces ella decidía que las flores tienen que ser púrpuras o a veces blancas, ¿cómo saber? Ella se quejaría de sus pies, andar con tacos todo el día era un arte ya perdido hace mucho. Ella había pedido rosas, bombones y su respectiva carta de amor eterno; él creía tener algo mejor. Sacó de su mochila un par de medias y unas zapatillas, cogió uno de sus pies retirando los zapatos de oficina y colocando la primera media, lo mismo hizo con el segundo hasta terminar atando las agujetas. “Te sentirás más cómoda así, Cenicienta”, cogió los zapatos de tacón y empezó a caminar. Recordó aquella noche, hace tanto tiempo ya, en donde pelearon y resultaron retirándose por caminos opuestos, él había llegado ya a su paradero cuando ella apareció diciendo que había perdido su billetera, quizá en el restaurante donde almorzaron, y salieron corriendo en busca de la billetera perdida; todo había sido un truco esa vez, ella tenía la billetera en su bolsillo, y en el fondo él lo sabía, pero se dejaba llevar por esa mano cálida, y habían sido esas mismas zapatillas las que dirigieron sus pasos aquella noche, por eso le pareció tan buena idea lo del cambio de calzado. Ninguno de los dos hablaba, sólo seguían el camino. ¿A dónde nos guiarán mis zapatillas? –Se preguntó él, cuando vio con asombro que ella se dirigía a aquel árbol de antaño-. ¿Estás segura que quieres volver? Ella afirmó con la cabeza mientras señalaba el cielo, las nubes se movían rápidamente, extrañas; el viento soplaba como aquella vez, y sin embargo no hacía frío, la temperatura, todo igual, ninguno dijo nada pero ambos reconocieron el lugar. Metió su mano al bolsillo y la sacó convertida en puño. ¿Qué tienes ahí? –Preguntó ella-, él dijo que no tenía nada, ella no le creyó, empezaron a forcejear, a reír, ella aprovechó el forcejeo para forzar un abrazo, él se distrajo, ella casi habría su puño, utilizó sus piernas, cayeron sobre el gras, por supuesto él se aseguró de caer abajo para que ella no se lastimara, rieron, el árbol los cobijaba. “Hoy no habrá sexo, tampoco beso de amor, pero hoy es la noche”, volvió a pensarlo. ¿Compraste condones? –Preguntó ella-, él sonrió sabiendo que esa noche no habría sexo, ni beso…
En la mañana habían estado jugando “Verdad o Castigo”, y había sido obligado a confesar que era casto, por lo que sus amigos lo habían estado batiendo todo el día. Ya en la tarde volvió a encontrarse con ella, lo acompañó a comprarse una nueva baraja de cartas, luego caminaron de la mano, ella lo besó mientras con sus manos le dejaba algo. “Eso es un condón, guárdalo bien, pero no en tu billetera porque puede estropearse, ponlo en el bolsillito de tu mochila; guárdalo, es posible que algún día lo necesitemos”.
Recordó aquella mañana con una sonrisa nostálgica, los ojos se le humedecieron, ella vio sus lágrimas iluminadas de amarillo por los faroles del alumbrado público y pensó Yellow, y él creyó estar Blue blue blue, pero no, estaba feliz, era un sentimiento erróneo: estar feliz pero derramando lágrimas, y ella sólo pensaba en las estrellas amarillas que salían de sus ojos. No compré ningún condón –respondió él mientras abría su puño-, ¿lo recuerdas?, es nuestro condón virgen. Ella sonrió. “… No habrá sexo ni beso de amor eterno…” Se echó encima de él, sabiendo también que no habría sexo ni mucho menos un beso, pero igual besó su nariz; la noche de la semana pasada la había mordido, por lo que él no pudo evitar fruncir el ceño de temor, pero sin retirar la nariz de su boca, pero esta vez fue delicado, y no sabía si se había equivocado al pronosticar que sería la noche pero que no habría beso, ¿Es esto un beso? –Se preguntó-, antes de esa noche hubiese contestado que no, pero en ese momento lo dudaba, incluso hasta tenía los ojos cerrados, ella no lo había pensado pero se sorprendió al sentir que su afecto era respondido, como si él la estuviese besando con la nariz, y ella también tenía los ojos cerrados. Él recordaba cuando estaba en el colegio y todos sus compañeros lo molestaban de narizón, sonrió feliz con su propia broma.
Cáncer: Ser imaginativo y solitario, inteligente, melancólico, creativo, cariñoso, vampiro de amor.
Nítidamente recordaba sus conceptos y sus frases de carné de aquel año en que la conoció, bajo ese mismo árbol: “La intensidad de una pasión se mide por la soledad que la precede”; él había subrayado esa frase en su cuaderno, lo había resaltado. “¿Qué es la felicidad?” pensó. Miraban las estrellas y las ramas de los árboles, disparándoles con sus dedos cuando ella recitó: “Estar en un lugar, y no querer moverse”. La telepatía nuevamente había funcionado entre ellos; eso era la felicidad, él era feliz en ese momento. Le habían dicho que era un vampiro de amor, definitivamente jamás imaginó que eso sería tan literal como para sólo poder verla una vez a la semana, sólo de noche, sólo unas horas, como a la Cenicienta, y el reloj de bolsillo presionaba, y supo la respuesta del porqué los peruanos inteligentes no llevan relojes en el bolsillo, “Tiempo”, volvió a temer que se estaba convirtiendo en un esclavo del reloj, ella ya estaba de pie y pronto él también lo estaría, sacó una carta de su baraja y lo dejó junto al árbol, ella sólo lo observó, no preguntó.
Epílogo
- Se sienten muy cómodas tus zapatillas, te las devuelvo el próximo viernes.
- No olvides tus zapatos.
- Me llevo uno, tú tienes que quedarte con el otro, narizón, sino ¿cómo vas a encontrarme?, ¿no recuerdas el cuento?
- Es verdad.
- ¿Qué dejaste en el árbol?
- Un siete de corazones.
Guillermo López
www.alanocturna007.blogspot.com
2 comentarios:
"el mismo camino, los mismos árboles, ese gras, quizá ya no se instalaba aquella feria en donde ella le compró su sombrero de Indiana Jones"
por escritos como estos es que me gusta como escribes..
:)
ps: OE DEJATE DE WEADAS! AH! NADA DE INDECENCIAS CONMIGOª xD!
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