"A mi mejor amiga, Alexandra Cedillo: a esos labios sabios que enseñaron a besar y a mis labios que aprendieron a ser beso para ti".
La foto de Pucca apoyada en el hombro derecho de Nemo –que estaba vestido con su camisa celeste a cuadros y con su boletín de rifas en el bolsillo de su camisa-, sus lentes, su celular Samsung, su reloj CASIO, su portaminas rojo y una carta dirigida a Pucca sobre el escritorio que mamá le había regalado a Nemo.
El hombre no puede ganar nada sin perder algo a cambio. Para crear, algo de igual valor debe dejarse. En la facultad de Derecho y Ciencias Políticas hubieron jóvenes intrépidos y valientes que soñaban con disfrutar del jugo de la vida y se divertían leyendo sus historias, que soñaban con ser escritores. Esta es una historia de amor del estudiante de Derecho, Guillermo López y sus leales amigos. En ese tiempo buscábamos la razón al porqué de la existencia humana.
Lo primero que hizo llegando a casa fue saludar a su perro mientras echaba llave a la puerta principal. Se dirigió al balón de entrenamiento que siempre estaba en el jardín cuando él más lo necesitaba. Lo jalaba elegantemente con su pie derecho hacia atrás. Empezaba a correr tras él casi inconscientemente, había algo que no le permitía desconectarse por completo. Tal vez fueron las palabras de Zavalita esa tarde, tal vez fue la promesa que Pucca le hizo y que él no quería que cumpliera, tal vez fue el hecho de que Dios le haya dado la espalda. Se alejaba más y más de la portería que él y su hermano habían fabricado con su imaginación, y pateó con todas sus fuerzas una y otra vez hasta que quedó sin fuerzas. Por alguna extraña razón él no podía llorar aunque sentía, desde antes de la última conversación de la tarde, que su alma se desmoronaba en pedazos. El alma lloraba sin que los párpados llegaran a nublar su pupila. Mamá salió totalmente asustada por los ruidos que provocaba el balón al chocar contra la pared. Ante el interrogatorio de mamá, Nemo sólo contestaba con un hipócrita “estoy bien”. Miau, miau, miau. Lo único que él quería era estar a solas con el teclado de su computador, la comida –aunque de manera increíble- parecía no importarle. Estaba por llevarse su arroz chaufa -¿Por qué tuvo que cocinar chaufa?- cuando mamá lo detuvo: Amor, no puedes llevar la comida a la computadora porque pueden venir las hormigas. Definitivamente, Nemo, no estaba de humor para negociaciones: Entonces dáselo al perro. Le dolía el hecho de pensar que mamá era la única persona en este desagradecido mundo que le sacaba las cebollitas al arroz para que él pudiera comer tranquilo. Miau, miau, miau. Al empezar a escribir hizo exactamente lo que Pucca siempre le aconsejaba: que escriba primero y que después piense en un título adecuado. Miau, miau, miau.
Simplemente él no quería aceptarlo, siempre lo había deseado, pero siempre le había tenido miedo, el miedo ingrato de depender de alguien para sonreír. Pero era estúpido tratar de disimular y negar la evidencia, él siempre la traía consigo; a la hora de afeitarse y toparse con algún granito reventado por sus uñas, al peinarse y escuchar su segura burla en la universidad por el estúpido peinado de raya al costado que siempre llevaba, por las flores blancas o púrpuras que siempre colocaba, ella, en el bolsillo de sus camisas; al mirar su reloj CASIO, contando los segundos del minuto siete, mirando por la ventana de la cafetería mientras su sopa se enfriaba, mientras el grupo MANÁ se hacía presente con sus Labios compartidos; por las hojas del césped que caen en la alfombra cuando él se sacaba la camisa para dormir; absolutamente todo tenía su esencia. Le recordaba la canción de la película La boda de mi mejor amigo. Miau, miau, miau.
(¿Realmente había algún sentido para seguir viviendo? Al final todos moriremos y dormiremos eternamente. La teoría de la primera descarga: una vez que asesinas a alguien, realmente puedes vivir asesinando sin remordimiento alguno. ¿Cómo poder huir del Pensamiento? ¿Acaso viviré siempre hipnotizado por el televisor? Todo es un círculo vicioso, todo lo que creí que era importante, a la larga me valdrá madres, si logro atajar un penal siempre habrá más y más penales, tarde o temprano caeré derrotado. ¿Cuándo acabará este mar de sentimientos y sufrimientos? ¿Vale la pena vivir mendigando una entrada al cielo? ¿Vale la pena haber existido? ¿Si le hubiese contado la verdad me hubiese querido todavía? ¿Realmente no se dio cuenta que las cenizas del cigarro me quemaron la mano sin que yo lo sintiera? Yo que soy el ave fénix, yo que soy su Diablo Guardián, soy invulnerable al fuego) Miau, miau, miau.
Aún recordaba el día en que la conoció. Cuando la vio conversando con el niño huevón. Esa sonrisa de niña acomodada, esa carcajada que hacía suponer que era una chica llena de felicidad pero que, sin embargo, su mirada decía todo lo contrario. Cuando Nemo se resignaba con sólo escucharla hablar de una fiesta en la Católica, cuando Nemo se preguntaba el porqué del esmalte negro en sus uñas. Nemo tenía que ingeniárselas para escuchar su clase sobre Max Weber y para encontrar una manera de poder retirar el letrero de “soy una chica que sólo ha venido a estudiar, así que no me jodas, pajero de mierda” de la frente de Pucca. Miau, miau, miau. Un día, Nemo esperó, siempre calculando el tiempo con su reloj CASIO, que el niño huevón se fuese al baño y que dejase sola a Pucca; aprovechó el descuido de la defensa y decidió un ataque sorpresa: alfil toma peón de torre. Miau, miau, miau.
- Buenas tardes, disculpa, creo que tú eres de mi grupo de Historia, ¿no? –preguntó, Nemo, con un nerviosismo ridículo-.
- ¿Qué, si? –contestó despectivamente, Pucca, al intento estúpido de amistad y siguió leyendo-.
Nemo se sintió avergonzado y volvió su mirada a su carpeta. Lo pensó demasiado. ¿En qué pude haber fallado? Se dice que uno siempre tiene que saber cuando retirarse, sólo un tonto se queda a embestir cuando ya no hay posibilidades de triunfo.
- Perdone la interrupción, señorita; -volvió al ataque mientras extendió su mano en busca de la blanca mano de Pucca- mi nombre es Guillermo López, mucho gusto.
¿Cómo se distingue un sueño de la realidad? Nemo recordaba con miedo aquellas pesadillas en las que él estaba consciente de que estaba soñando pero, que sin embargo, no podía despertarse. ¿Cuándo se puede decir “yo realmente conozco a esa persona”? Recuerdo que cierta vez decidí escribir sobre Nemo, él estaba algo disgustado por lo que me dio miedo utilizarlo, entonces decidí darle el gusto de pedirle autorización para escribir su historia con Pucca. Es que me divierto con sus anécdotas y sus ocurrencias, sus desgracias y calamidades. Al preguntarle el dónde conoció a Pucca, él me contestó que una vez en un sueño. Podría escribir de memoria lo que me narró:
En serio, fue un sueño, ambos soñamos lo mismo. Recuerdo que era una mañana de miércoles (del día miércoles), supongo que sería después de la clase de Economía. Como siempre en los sueños interesantes, uno no sabe cómo empieza, pero sí sabe que está ahí, sabe que siente.
Las hojas caían, no sé si porque estábamos en otoño o porque estábamos en un sueño. Habíamos escapado de la clase de lógica y de nuestra facultad. Nos encontrábamos sentados en una banquita del parquecito del árbol torcido y de la piedrita mágica. Zavalita me había advertido que en ese parque ocurrían cosas extrañas. Yo no podía creer que ella estaba ahí, al lado mío. Estaba nervioso porque estas oportunidades no se presentan dos veces, tenía que ordenar mis ideas y cuidar la armonía y la elegancia de mis palabras. Por primera vez, ella me había invitado a entrar en “su burbuja”. Recuerdo que no podía entender el cómo siempre hacía para ganarme la confianza de las mujeres en sólo un instante de la conversación. No sabía bien si yo la había escogido a ella o, ella me había escogido a mí. Lo único que sabía era que desde esa mañana, una clase de relación más grande se formaría.
Al despedirme, no tuve el valor de darle el beso en la mejilla correspondiente, me sentí impotente, ridículo; me desprecié a mí mismo por mi extremada timidez; sólo conseguí estrecharle mi mano, al igual que cuando nos conocimos.
Miau, miau, miau.
Sucede que a veces dos almas caminan buscándose sin saber que van a encontrarse. ¿Qué es lo que hace que dos almas se unan? ¿La conveniencia? ¿Eso que los hombres llaman cariño? ¿La maldición del amor? ¿El miedo de que la persona escogida se vaya? ¿Al igual que cuando Milk se fue? Nemo aún recordaba cuando, por su negligencia, su perra había muerto. La manera en cómo trató de reanimarla, las lágrimas que derramó por su can y que nunca hubiera derramado por humano alguno. Como se encogió en el suelo, como después de ser vencido en un penal no atajado, pero, ¿cómo podía devolverle la vida a su perra? Miau, miau, miau. Le daba miedo el pensar que, al igual que Dios le quitó a su perra, también le podía quitar a Pucca, le podía quitar a sus amigos, le podía arrebatar sus sueños. Ya tanto le había arrebatado la vida, tantas veces había pensado que lo mejor era no depender de nada ni de nadie, que simplemente no podía aceptarlo. Le daba pánico quedarse solo, tanto tiempo viviendo en soledad. Miau, miau, miau. Recordó cómo la ira le dio fuerzas para levantar el cuerpo inerte de Milk, como ese día cargó todas esas tablas y maderas, las fuerzas que lo impulsaron a salir corriendo en busca de kerosene, la chispa que encendió al tronar sus dedos para incinerar el cuerpo de Milk. Miau, miau, miau.
¿Cuándo la besaste, sentiste algo en el estómago, cosquillitas? –le había preguntado Rina esa tarde negra-. Lo que él sintió al besarla fue una mezcla de miedo con ternura y algo que nunca había sentido. En realidad, Nemo nunca había besado a una chica en todos sus dieciocho años. Miau, miau, miau. Recordó que en el EJEC, los adolescentes de su iglesia habían orado para que, en la primera persona que besen, encuentren a su esposa respectiva. Nemo nunca creyó en esas tonterías, pero siempre lo tenía en mente desde entonces. Miau, miau, miau. Esa mañana, en la Daewoo, realmente, él, por respeto, de ninguna manera la hubiese besado. Es sólo que ya una duda estaba clavada en su mente, como una bomba que tenía que estallar tarde o temprano. Cuando Pucca se acercó y le soltó ese ahora o nunca, Nemo sólo pensó: esto es incorrecto y totalmente desventajoso para mí, pero el nunca es una palabra categórica, es un tiempo del que no podré escapar por más que intente hacerlo; tal vez esta oportunidad no se me vuelva a presentar, ahora o nunca. Miau, miau, miau. Cuando ambos escondieron sus rostros debajo de la casaca de Nemo, cuando ella se acercó (demonios, se supone que debo cerrar mis ojos, pero si cierro mis ojos puedo fallar y besarle en no sé, su nariz tal ves; mejor no cerraré mis ojos hasta que mis labios estén al lado de los suyos, y una vez en esa posición, recién cerraré mis ojos), cuando él decidió cerrar sus ojos para abrir su alma, sintió el mismo miedo que le dio al enseñarle su cicatriz en su mano izquierda, sintió que logró desconectarse de este mundo; cuando sentía sus labios, cuando él trataba de responder, sin querer se habían trasladado a ese sueño hermoso en donde se conocieron por primera vez, al menos Nemo así lo recordaba. Miau, miau, miau. Él se aferraba al brazo de Pucca, agarraba fuertemente su mano con la misma fuerza que un bebé se aferraba a los brazos de su madre. Cada beso, cada abrazo, él lo sentía y lo vivía como una despedida, por eso es que los daba con una pasión pura, ya que no sabía cuánto tiempo estaría a su lado; tenía miedo de que algún día todo ello llegara a su fin. Pero a pesar de todos estos sentimientos, Nemo se protegía negándolo, para él era más fácil tratar de engañarse a sí mismo, sin embargo sabía que ya no era él mismo que era antes de empezar a leer El Diablo Guardián. Miau, miau, miau.
(Zavalita tiene razón, si te costó trabajo reponerte al encanto de la princesa verde, seguramente esto –que ya se hacía más intenso- te matará de una vez y para siempre. Es peligroso, no es seguro. Miau, miau, miau. Pero soy feliz con ella. Miau, miau, miau. ¿Qué es la felicidad? Miau, miau, miau. Es estar inmóvil, en un solo lugar, y no querer irte nunca, querer quedarse ahí para siempre. Cuando estoy con ella, sólo le pido a Dios que detenga el tiempo, que si pudiera quedarme con ella otros dieciocho años más, asumiría el intercambio equivalente con toda una eternidad en el infierno. Miau, miau, miau. Tú eres el juguete, nada más, ella quiere a Trumpo, y más que a Trumpo lo quiere a él (el innombrable). Miau, miau, miau. ¡Cállate! Mientes. Ella si me quiere, me lo ha dicho. Miau, miau, miau. Sé consciente, ¿cuáles son tus armas, tus mentiritas? ¿Cuánto durará? Sabes que en vacaciones ella estará lejos de ti, ¿lo soportarás? Miau, miau, miau. Tienes razón, pero entonces qué debo hacer, si después del amor está la nada, ¿qué sentido hay para la vida? Dios nos creó y no nos dijo cómo se debe vivir, no vinimos con un manual. ¿Qué quiere que hagamos? Miau, miau, miau. Miau, miau, miau. Miau, miau, miau.
¡Maldición! Callen a ese jodido gato. Maldito sea ese gato, ¡cállate! No me jodas más, Guntz. Todo esto es estúpido, nada tiene sentido, sin embargo está ahí, ¿por qué? ¿Te das cuenta la clase de cobarde que soy? Ni siquiera tengo el coraje para jalar el gatillo, aborrezco la vida, ansío la muerte, pero no puedo jalar el maldito gatillo. ¿Para qué pelea la gente? ¿Por qué pelean y para qué? ¿Por qué Shingi tiene que seguir piloteando el Eva 1? ¿Por qué Shun tiene que seguir matando gente? Yo nunca quise hacerle daño a ese niño, sólo me defendí, sin embargo ahora preferiría que el paralítico hubiese resultado yo. Fue mi culpa, si no hubiese ido a jugar fútbol ese domingo, si me hubiese quedado estudiando historia, Milk estaría viva. Yo la maté, yo la incineré.)
Esa tarde en la que Dios manifestó su desaprobación retirándonos la luz del sol y dejándoles sólo nubes negras, esa tarde en donde, por incentiva de Artemisa, los narcisistas empezaron a jugar al tan polémico “verdad, castigo”, Nemo se sentía desprotegido, sabía que todas las preguntas de esos futuros abogados irían en su contra, en una crítica por su relación informal con Pucca. Se sentía en la tan temida ronda de penales, donde, por supuesto, él sería el arquero, donde estaría la vista de todo el mundo. Fueron muchas las preguntas, a ella le preguntaban cosas como: ¿quién besa mejor, Trumpo o Nemo?, ¿sigues estando con Trumpo?... A él le preguntaban: ¿cuándo la besaste, sentiste algo, en el estomago, cosquillitas? Ambos dijeron que se querían, pero ese día, al salir, sabían que ya no sería lo mismo. Nemo temía la decisión radical que, como toda mujer, Pucca tomaría al respecto. Pucca lo pensó mucho y tomó el dedo meñique de Nemo y le prometió que no lo volvería hacer. Lo que él quería era que ella no cumpliese con esa promesa, él sabía que sería el fin, que tal vez perdería a Pucca, no de una manera física, pero si sentimental.
- Pero, yo te quiero –trató de solucionar la situación, Nemo-.
- Pero cuando vuelva a venir Trumpo, como ese martes, tú volverás a sentirte mal, reventarás de cólera y yo no quiero que sufras –respondía Pucca.
- Pero mi labor no es quejarme ni reclamar nada, para eso estoy aquí, a mí nadie me ha engañado, yo sé en lo que me metí y no me quejaré –contraatacaba, Nemo.
- Sin quejarte, como mi Diablo Guardián –preguntó Pucca con una esperanza en sus ojos-.
- Exacto. Como arquero siempre salgo lastimado y arriesgo hasta el físico por defender mi portería; siempre sin quejarme; -sonreía Nemo y contestaba con determinación, jurando solemnemente protegerla siempre- y ahora, como Diablo Guardián, ya no arriesgaré sólo el físico, sino hasta la vida. Sin quejarme.
sui generis
-
Solamente muero los domingos, y los lunes ya me siento bien. Genial final
para una canción genial.
Uno suele pasar la semana esperando que llegue el domingo...
Hace 7 años